Sergio González Malabia
Sergio González Malabia

Juez Decano de Ibiza y Formentera

La llamada

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Cuando pensábamos que fue Alexander Graham Bell quien el 7 de marzo de 1876 inventó el teléfono realizando aquella primera famosa llamada a través de un aparato que transmitía el sonido por cable mediante señales eléctricas en la que le decía a su ayudante «Mr. Watson, venga aquí, quiero verle», resulta que tan solo fue el primero en patentarlo, siendo la invención realmente obra de Antonio Meucci, que lo utilizó en 1854 para conectar su oficina, en una planta superior de su vivienda, con el dormitorio de su esposa enferma de reuma, denominando teletrófono a su trascendente creación. Ha sido necesario más de un siglo para que el Congreso de los Estados Unidos reconociera al ingeniero italoamericano como su legítimo inventor. Desde entonces su evolución ha sido imparable, prescindiéndose de los cables en 1973 gracias a Martin Cooper, ingeniero de Motorola, apareciendo los primeros móviles en el mercado en 1983, conocidos popularmente como zapatófonos dadas sus enormes dimensiones, y continuando hasta nuestros días, donde Steve Jobs revolucionó la industria del teléfono móvil al permitir no solo la comunicación, sino también su uso para acceder a información y realizar múltiples tareas de nuestra vida cotidiana a través de dispositivos con cámara fotográfica incorporada, pantalla táctil y a todo color.

Todos llevamos encima un teléfono móvil y hasta dos en ocasiones. Hay quien no puede vivir sin él e incluso duerme a su lado. Lo utilizamos tanto para nuestras relaciones personales como profesionales y no solo para hacer o recibir llamadas, sino también para interactuar a través de aplicaciones y redes sociales, organizar la agenda, hacer fotografías, despertarnos, contabilizar los pasos o las calorías quemadas, leer el periódico, realizar todo tipo de compras o efectuar cualquier pago. Un universo infinito de posibilidades concentrado en un pequeño dispositivo ubicado en nuestro bolso o bolsillo que nos acompaña en todo momento, a todo lugar y todos los días de nuestra vida. Y si bien es cierto que este aparatejo nos facilita la existencia, también lo es que nos la complica sobremanera, porque estamos localizables en todo momento y sin posibilidad de excusa, mientras que su contenido puede llegar a mostrar una imagen más real de nosotros mismos que aquella que pudieran tener los demás. De hecho, su interior puede llegar a albergar secretos inconfesables, infidelidades recurrentes u otras obscenidades peores fácilmente susceptibles de llegar a integrar ilícitos penales. Que se lo digan al fiscal General. Hasta ha servido como argumento o elemento de multitud de películas, como Última llamada, Perfectos desconocidos o La cabina de José Luis López Vázquez, e incluso para crear momentos cómicos como las bromas telefónicas gastadas en programas radiofónicos, el famoso piticlín piticlín de Bigote Arrocet en el Un, dos, tres o los eternos monólogos de Gila teléfono en mano.

Pero lo que ya no tiene ninguna gracia es la cantidad de llamadas comerciales que recibimos en nuestros móviles a diario y, con ello, las innumerables molestias que habitualmente sufrimos por ellas. Operadores de telefonía, proveedores de agua, gas y electricidad, entidades aseguradoras o bancarias, entre otras, inundan nuestros dispositivos con demasiada frecuencia, a horas laborales o de descanso e incluso en días festivos, con fantásticas ofertas sobre productos o servicios que no podremos rechazar procedentes de unos operadores de telemarketing con acentos de lo más exóticos que usan agresivas técnicas de venta. Y eso que la Ley 11/2022, de 28 de junio, General de Telecomunicaciones, con más de un año ya de vigencia, tenía como principal objetivo poner fin a las llamadas comerciales que no contaran con el consentimiento previo y expreso del usuario. Vamos, eliminar de una vez por todas estas molestas e indeseadas llamadas publicitarias que se convierten en una aburrida pesadilla sin justificación alguna. Pues ya ven que nada más lejos de la realidad, porque seguimos recibiéndolas de forma involuntaria en nuestros teléfonos móviles día sí y día también. ¿Cómo es posible? ¿Cómo conocen mi número de teléfono y hasta mi nombre? ¿En qué momento he autorizado estas llamadas? ¿No pueden dejar de recibirse? Pues va a ser que no, porque la aplicación efectiva de la norma es una mera entelequia.

Y es que estas entidades nos inducen a aceptar la posibilidad de mantener este tipo de comunicaciones con nocturnidad y alevosía haciéndolas pasar inadvertidas a través de la aceptación de eternas y empalagosas condiciones generales que consentimos al realizar una compra por internet o registrarnos para recibir algún servicio. Sí, esas que nadie se lee, que tienen la letra minúscula y unos textos infames de contenido ambiguo o implícito. También encuentran un hueco a través del denominado interés legítimo, una invención que faculta a estas empresas a contactar con sus clientes hasta doce meses después de haber cesado la relación comercial mantenida con los mismos con la excusa de ofrecerles nuevas ofertas con las que reengancharlos para subirse de nuevo al carro. A ello súmenle que la norma tan solo es eficaz para las llamadas que se realizan desde el territorio nacional, pero no para aquellas que proceden del extranjero y, especialmente, de fuera del territorio de la Unión Europea. ¿A que han recibido llamadas desde todas las ciudades de Reino Unido, de países africanos o asiáticos? Pues eso. Y como en Tanzania no saben, digo yo, lo que es el día de todos los santos, pues te llaman esa mañana sin reparo alguno, mientras estás en el cementerio visitando a tus familiares fallecidos, para ofrecerte una tarjeta de crédito que te va a traer pingües beneficios. Y claro, por si faltara algo la Agencia Española de Protección de Datos, entidad encargada de velar por el cumplimiento de esta norma, está tan desbordada con las denuncias recibidas que no da abasto a resolverlas, por lo que la impunidad está garantizada.

Mientras no se incremente el control de estas prácticas por las administraciones competentes y no se impongan duras sanciones esto seguirá siendo un grosero despiporre. Porque tampoco ha resultado efectiva la inscripción en la conocida como Lista Robinson, que adolece de los mismos fallos que el texto legal, como tampoco lo es bloquear los números de teléfono desde nuestro dispositivo, porque cambian constantemente utilizando una caterva de combinaciones numéricas que no tiene fin, lo que convierte igualmente en inefectivas aplicaciones móviles como Truecaller, Whoscall o Call Blocker, que sirven para identificar llamadas comerciales y bloquear automáticamente los números reportados por otros usuarios. Al final resulta mucho más efectiva la idea de Roger Anderson, ingeniero de telecomunicaciones californiano, que creó un robot que, gracias a la inteligencia artificial, es capaz de dar conversación de besugos a los teleoperadores adentrándolos en un bucle que les hace perder el tiempo hasta desquiciarlos utilizando frases como «perdona, me acabo de despertar de la siesta» o «¿bebes café?» Tal es así que hasta graba las conversaciones para que después puedas escucharlas y echarte unas risas saboreando tan deliciosa vendetta. La idea la ha comercializado a través de Jolly Roger Telephone Company. Lástima que no esté disponible en España, donde ante la vigencia de normas sin eficacia punitiva alguna tendremos que conformarnos, como diría Gila, con aquello de ¿es el enemigo? ¡Que se ponga! ¿podrían parar esta guerra?