Como ayer fue 8M, Día de la mujer, me gustaría hablar sobre el papel que desempeñamos en las instituciones, más concretamente, en las de Formentera. Que dedicarse a la política es estar expuesto, lo sabe cualquiera que lo haya hecho o que haya tenido cerca a alguien que haya ejercido ese rol. Si a eso le añadimos una población pequeña donde todo el mundo te conoce, se amplifica mucho más el hecho de ser juzgado públicamente. Supongo que hasta aquí, esa parte, aunque a veces descarnada e incómoda, entra en el sueldo. Pero no he venido aquí a hablar de políticos, o no sólo. Más bien, de políticas.
Como he indicado anteriormente, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y ayer fue el Día Internacional de la Mujer en el que se celebra, entre otras cosas, que tengamos derecho a voto, me gustaría hablar de la clara diferencia que observo entre ser varón o no, en el ámbito de la política.
No voy a entrar en debates sobre colores y partidos, seré generalista y me ceñiré a los hechos que he podido observar. Como suelen poner en las películas, «Esta historia está basada en hechos reales modificando los nombres y lugares de modo ficticio para proteger a sus protagonistas». En este caso, cualquier parecido con la realidad no va a ser mera coincidencia. Ya lo siento.
Desde que Formentera tiene Consell Insular propio (un hito que nos desvinculó de Ibiza y que permitió a la isla ser independiente y luchar por sus propios intereses) hemos tenido dos presidentas de la institución. Esto, a mí como mujer, me parece un hecho maravilloso; pero más allá de mi opinión personal, pedida por nadie, he visto que se mide con un rasero bien distinto a quien está en el poder en función de su género. De nuestras presidentas he escuchado tanto en corrillos de conocidos como en medios, hacer alusión a su vestimenta, a su pelo, a si iban o no adecuadamente arregladas a los actos... De los presidentes que hemos tenido, sin embargo, nada. Nunca he escuchado nada sobre su aspecto físico.
Pero voy un poco más allá, me adentro de lleno en los equipos de gobierno, no el actual, sino en todos los que han pasado por la administración pública. He tenido que escuchar comentarios sobre el aspecto físico de las conselleras, sobre su salud mental, sobre (por supuesto) su ropa: demasiado «cara» para el puesto que ostentan o demasiado «barata» precisamente para lo mismo. ¿Sobre ellos? Nada a este respecto.
He escuchado también hablar sobre sus relaciones personales, sus parejas, su libertad sexual y un largo etcétera.
También he escuchado que algunas de las conselleras han sido escogidas para su labor por su vinculación a un hombre. No por su valía, sino por ser hermana de, hija de, pareja de, etc etc etc.
Personalmente, me toca un poco la moral. Parece ser que además del trabajo que se presupone que una mujer debe desempeñar -en este caso en política- debemos ganarnos ese puesto siendo impecables. Ya sabéis, la mujer del César, no tiene sólo que serlo, sino parecerlo. Y me parece bien que haya que mantener cierta imagen pública cuando alguien se dedica a representar al pueblo (independientemente de su género), sólo que me gustaría que por su sexo no tuviera que estar demostrando continuamente que merece estar donde está. Incluso a la actual presidenta del Govern Balear y también a la anterior se les ha cuestionado su aspecto físico, sus cambios de peso o sus relaciones personales.
Yo entiendo que no nos gusten las personas que están gobernando en un momento determinado, pero me parece tremendo que para criticar lo que hacen en el ejercicio de sus funciones debamos recurrir a criticar a la persona o su aspecto físico, hecho que se da, especialmente claro, si eres mujer. Me recuerda a una frase de ‘La flaqueza del bolchevique’ (libro y su adaptación cinematográfica que recomiendo, por cierto) dirigida a una mujer: «No vas a poder evitar que se interesen más por tu culo que por tus ideas, casi nunca hay tiempo para sopesar una idea, pero un culo se sopesa rápido».
Con esto me despido, pediría un poco de reflexión sobre esa sobreexposición a la que sometemos a las mujeres sólo por el hecho de serlo cuando se involucran en política. Con lo que ha costado llegar hasta aquí, tal vez, deberíamos empezar a valorarlas por sus ideas y por sus actos, no por su aspecto físico ni su vida personal.
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