Una cruz. | congerdesign en Pixabay

TW
0

La unión entre la devoción al Corazón y el compromiso con los hermanos atraviesa la historia de la espiritualidad cristiana. En el seno de la Iglesia, la mediación de María, intercesora y madre, solo se entiende como una participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo mismo, el único Redentor, y la Iglesia no duda en confesar esta función subordinada. La misión maternal para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Con su intuición espiritual Santa Teresa del Niño Jesús descubrió que hay otro modo de ofrendarse a sí mismo, donde no hay necesidad de saciar la justicia divina permitiendo al amor infinito del Señor difundirse sin obstáculos. «Dios mío, tu amor despreciado, ¿tendrá que quedarse encerrado en tu corazón? Creo que, si encontraras almas como víctimas del holocausto a tu amor, las consumirás rápidamente. Creo que te sentirías feliz si no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti».

Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandatos, permaneceréis en mi amor, como yo que he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté con vosotros y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando (Jn. 15,9-14).

El amor de Cristo a los cristianos es reflejo del amor que las tres divinas Personas tienen entre sí y hacía los hombres. La seguridad de que Dios nos ama es la raíz de la alegría y gozo cristianos, pero al mismo tiempo, exige nuestra correspondencia fiel, que debe traducirse en un deseo ferviente de cumplir la Voluntad de Dios en todo, es decir, sus mandamientos, a imitación de Jesucristo que cumplió la voluntad del Padre.