Una lasaña. | Pixabay

Hace no tantos años nada ofendía más a un ibicenco con cargo público que la insinuación de que Ibiza podía acabar siendo una nueva Marbella. En la isla de los contrastes no cabía entonces la posibilidad de que la horterada tuviera sitio y menos aún que reinara por encima de lo demás. Pero esos mismos ibicencos con cargo público ponían a la vez las bases para que Ibiza se convirtiera en algo peor.

La temporada de 2024 está ya en su etapa final y, si algo recordaremos de estos meses, será a una influencer comiendo con cara de asco un plato de macarrones nadando en mantequilla derretida y con pegotes de caviar dispersos a modo de queso en polvo. Una cosa así como dejada, cutre, adolescente. La preparación, que ni siquiera es original o nueva, cuesta nada menos que 120 euros. Mi impresión es que lo que se paga por esto es más la exclusividad, el mensaje del «yo estoy entre los elegidos», y no el plato en sí. A mí me resulta más escandaloso que en el mismo restaurante te cobren por unos mejillones salteados 34 euros. El mismo precio que piden por un plato de boquerones en vinagre (de cítricos, eso sí) o por otro del mismo pescado pero a la andaluza y con mayonesa de limón (ingrediente básico de toda la vida de Dios en la mayonesa).   

Decía hace poco Vicent Marí que Ibiza es un destino caro pero no de lujo. Y tiene razón el presidente. El lujo es otra cosa. Esto es una horterada que se monta en marzo y se desmonta en octubre pero que, por desgracia, nos está destrozando a todos. Una obscenidad que nada en mantequilla y que se caga en forma de asentamiento ilegal. Qué pena de isla…