Un borracho paraliza un aeropuerto. | Toni Planells

El creciente número de incidentes de seguridad en el transporte aéreo, debería hacer reflexionar a las autoridades aeronáuticas y aún más a las aerolíneas, que a la postre son, junto al conjunto de viajeros, las principales damnificadas de este tipo de sucesos. Ya casi no es noticia que un avión con destino a Ibiza, deba ser desviado y aterrizar de emergencia en algún aeropuerto de su ruta, debido a que un pasajero se pone violento o se comporta indebidamente, suponiendo un riesgo. Ayer mismo, un solo italiano borrachuzo, a bordo de un avión de Ryanair que volaba con destino a Milán Bérgamo, fue capaz de paralizar la operativa del aeropuerto de Ibiza durante 45 minutos, obligando a desviar vuelos provenientes de Bilbao, Marsella o Bolonia a Mallorca. El comportamiento delictivo de un desgraciado, al que no se le ocurrió otra cosa que bromear acerca de una bomba, causó demoras durante toda la tarde y perjudicó a miles de viajeros. A saber cuántos de ellos perdieron sus vuelos de conexión con otros destinos. ¿Tan difícil es impedir el embarque a los usuarios que se encuentren bajo la influencia del alcohol? Porque lo de ayer no es ninguna novedad y apenas ya es noticia, como las pateras que llegan a las Pitiusas o a Mallorca, que se han convertido en algo normal y apenas informamos de ello. Ahora que tenemos un nuevo Europarlamento, no estaría mal que se modificase la normativa comunitaria para impedir volar a aquellos cafres que hayan causado un incidente de seguridad de forma consciente y voluntaria. La mayoría de veces borrachos. Y quizás no sería mala cosa que se prohibiese el consumo de alcohol en los vuelos, aunque muchos ya llevan el alcohol incorporado desde la terminal e incluso desde su casa. Resignarse a sufrir esta plaga, pacientemente y de brazos cruzados, francamente, no me parece admisible. Bastaría que a uno le hiciesen pagar el coste de su broma.