Fe y esperanza en tiempos modernos. | Irene Arango

La humanidad lleva milenios haciéndose las mismas preguntas. Un 84% de la población mundial actual se define como creyente, lo cual invita a reflexionar sobre nuestra sed de esperanza y nuestra necesidad de dar respuesta a la gran pregunta. Esta Semana Santa prueba que muchos hemos conseguido hallar vida a través de la muerte y el sacrificio, algo paradigmático. La salvación a través de la Cruz es la muestra de amor y generosidad más hermosa e influyente de nuestra historia. Dos mil años de verdad han llenado las almas de millones de católicos que esta semana reivindican su Fe en un mundo que navega a la deriva de la mano de la escasez de valores y la falta de referentes. A pesar de lo que muchos quisieran, la Fe inunda los corazones de la inmensa mayoría de personas. No todas la exteriorizan, pero todos sienten el miedo a ser juzgados y se abrazan a Dios en los momentos de desasosiego. Sea en la intimidad o participando en las procesiones, Dios está presente en cada uno de nosotros. Nos corresponde a nosotros decidir si aceptamos humildemente que no somos más que polvo o anteponemos un ego que nos ha hundido en el precipicio del individualismo y ha desnaturalizado la estructura más sólida y necesaria que tenemos: la familia. Ella es nuestro escudo frente al abuso y la corrupción. Sin la familia estamos solos, de ahí la necesidad de tener una iglesia acogedora que dé de comer al hambriento y esperanza a quien está perdido. Quedarse en una fe líquida basada en estereotipos y discursos motivacionales vacíos que sólo alimentan el ego y nos alejan de la sociedad es una peligrosa moda que está encadenando a muchos jóvenes. Que el ejemplo de los obreros, los cofrades y los penitentes nos ayude defender la verdad en el tiempo de la mentira.