Ya durante el Franquismo, cuando según el parte meteorológico de La Codorniz «reinaba un fresco general procedente de Galicia» existía enorme preocupación por eso que llamaban la pertinaz sequía. No sé si empleaban entonces la expresión cambio climático, hoy tan en boga en la boca mentirosa de políticos altamente contaminantes, pero seguro que sabían que los cambios de ese tipo se dan cíclicamente a lo largo de la historia y suponen la mayor causa de extinción de especies, migraciones humanas e invasiones guerreras.

Para evitar la desertificación de España y que aumentase el regadío se hicieron los pantanos, que también llevaron agua corriente a muchos pueblos. El problema de la pertinaz sequía se mantiene, por desgracia, y por eso es de vital importancia un plan hidrológico nacional que supere cainismos tribales, que nos la jugamos todos. Aznar puso un plan sobre la mesa nacional que se cargó Zapatero, Rajoy naturalmente lo dejó para mañana y Sánchez, que solo se interesa por un día más en el poder, ni lo menta.

No es un problema nuevo, aunque las casandras apocalípticas se dediquen a anunciar la extinción humana. Lo dijo ya el jefe Seattle en su carta a un presidente yanqui. La irresponsable contaminación supone el fin de la vida y el inicio de la supervivencia. La Tierra, por supuesto, seguirá danzando, tal vez asombrada por el suicidio de tantos hijos suyos.

En Ibiza el agua siempre fue abundante y se baila en sus fuentes desde tiempos púnicos. El urbanismo delirante amenaza tal riqueza y ya nos anuncian restricciones para el verano. La mejora de la red de aguas es fundamental, pues tiene pérdidas tremendas. Urge actuar inteligentemente.