En Ibiza, cuando los primeros rayos de sol nos acarician y para el resto del mundanal ruido la isla se abre, nosotros, los vulgares residentes, tenemos un grave problema: nos visitan tantos amigos, ansiosos por disfrutar de cada uno de sus rincones, que nos arrastran en una vorágine de comidas, cenas o puestas de sol maravillosas, dejándonos agotados física y económicamente. Porque nosotros, que no estamos de vacaciones y trabajamos doce horas al día, nos vemos abocados a compatibilizar nuestras extenuantes jornadas laborales con ese ocio compartido para poder disfrutar de su compañía, exprimir sus abrazos, perdernos en sus risas y mostrarles los secretos más codiciados de nuestro paraíso. Y les hablo de amigos, no de conocidos o de colegas, sino de hermanos de alma, miembros de nuestras tribus de ayer o de hoy y, en esencia, de personas vitamina de esas que nos hacen mejores y más felices.
Y ellos, como la primavera, ya están aquí, alegres, ilusionados y con centenares de planes a los que nos ruegan que nos sumemos, mientras que nosotros, para quienes la temporada es mucho más que un anuncio de El Corte Inglés y abril un mes que nos han robado, como cantaba Ana Belén ante los versos de Sabina, no sabemos de dónde sacar las horas ni cómo multiplicarnos. La cuestión económica es otra. El español cuando viaja no mira la cartera. Gastamos por encima de nuestras posibilidades y ya nos apretaremos el cinturón cuando volvamos a nuestras rutinas. Pero claro, quienes no estamos en esa fase, y vemos que cada semana o cada quince días contamos con un nuevo pasajero en nuestras vidas, no podemos seguir ese ritmo de rincones de moda, cócteles a 20 euros y billetes que vuelan, porque quizás algún día seamos nosotros los que queramos disfrutar de unos días de asueto y, para eso, hay que ahorrar, señores.
Así que últimamente propongo yo los sitios o invito a mi casa. Tengo la suerte de que me tratan muy bien en los rincones de siempre, esos en los que no necesito reservar y donde en cualquier época del año me reciben con una mesa y con una sonrisa. Y en los fogones soy rápida y creativa, así que, como lo importante es la compañía y mi chico resuelve mi falta de paciencia con guisos de los que quitan el sentido, para quien realmente quiera vernos el lugar es lo de menos y nuestra terraza puede convertirse en el chiringuito más cool de Ibiza.
Les cuento todo esto porque hoy, ante la primera llamada, no he podido evitar recordar la última vez en la que piqué y acudí a uno de esos sitios de «gente guapa», en el que no solamente nos trataron con desdén, sino donde al terminar la cena nos consultaron si queríamos dejar un 20, un 30 o un 40 por cierto del importe de la comanda como propina. Ya les digo que de lo abultada que era la cifra casi me da un síncope y que mi respuesta fue que en España esa imposición era ilegal y que dicha decisión quedaba a merced de los comensales. La cara del camarero, que parecía la de un modelo lánguido desfilando por Despeñaperros, fue todo un poema. Su rictus de desagrado se volvió lacónico cuando me respondió que solo era una sugerencia, ante la que yo le devolví el guante rauda y veloz indicando que no me lo había parecido. Ya les digo que, aunque suelo ser todo lo generosa que puedo, en este caso, decidí que aquel muchacho que había mostrado cero empatía ante mis alergias, me apremió a pedir sin especificarme qué podía comer y qué no, y me puso el culo en la cara varias veces, no obtuvo mi aplauso y, por ende, no solo no volverá a verme por su local, si es que este año repite, sino que me enseñó una gran lección que hoy os comparto. Amigos que este 2023 contempláis volar hasta las honorables Pitiusas, sabed desde esta atalaya que no solamente no hago reservas en restaurantes, no consigo descuentos en tiendas y mi casa no es un hotel, sino que, además, me niego a pringar y no acudiré a establecimientos que no sean merecedores de mis propinas.
A este Periódico pongo por testigo, que en esta isla yo nunca volveré a pasar hambre, ni a sentirme timada o insultada y, ahora, volved, que ya veré cómo me las apaño para seguir atesorando a vuestro lado instantes mágicos.
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