Hay quienes luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles» (Bertolt Brecht).
Y entre esos imprescindibles, muy pocos en estos tiempos, están las impulsoras de la Fundación Conciencia, Marisina Marí, su presidenta, y Maria Luisa Cava de Llano.
Por ello, en este mi primer artículo como columnista dominical, cada dos semanas, en el Periódico de Ibiza y Formentera, he decidido hablar de ellas, de su fuerza y de la encomiable labor que, desde el año 2008, realizan en ayuda de los niños que sufren maltrato, explotación, agresiones, violaciones o abusos sexuales, así como de las familias que se encuentran en situación de vulnerabilidad.
Los recursos públicos, indispensables en estos y otros muchos ámbitos, son limitados. Sobre todo cuando, quienes nos gobiernan, sean de uno u otro partido, deciden destinar el producto de nuestros impuestos a causas puramente estéticas que, lejos de servir para la mejora de la vida del ciudadano, tienen como único objetivo «vestir al muñeco» para salir victoriosos en las próximas elecciones. Así pues, cada vez con más frecuencia, lo público decae, envejece y se marchita. Y, en el ámbito que nos ocupa, los citados recursos no alcanzan para una asistencia integral de los menores que comprenda todos los estadios de su desarrollo personal. Asistencia psicológica, vivienda y, lo que es más importante, unos estudios sobre los que edificar su futuro.
En tales casos, la intervención de particulares resulta esencial. Y la unión de lo que, con esmero, queda de lo público y de lo privado, encaminados ambos a la consecución de un mismo fin, se erige en uno de los pilares básicos del sistema.
Aquí es donde entra en juego la Fundación Conciencia que, además, lejos de circunscribir su actuación a la isla de Ibiza, trabaja asimismo en las otras orillas del mar Balear, tanto al este, en Mallorca, como al oeste, en la Ciudad Condal, donde cuentan con una serie de voluntarios.
El procedimiento puede parecer simple, pero no lo es. Más bien al contrario. Cuando, por diversas razones, los menores son apartados de sus familias, la Administración se hace cargo de ellos. En ocasiones, se debe a los abusos cometidos por parte de uno de los progenitores o cualquier otra clase de maltrato. Aunque también puede suceder, y de hecho ha sucedido, que la Administración intervenga porque la familia del niño, debido a un problema, no se encuentra en condiciones para atenderle como es debido. Así ocurrió con un menor cuya madre tenía un 33% de discapacidad y había cosas que no podía o que olvidaba realizar.
Lo primero, pues, es examinar la documentación y comprobar que ésta sea coherente con lo que cuenta la familia. Luego, con base en ello, la Fundación decide si la tutela es o no procedente. En el primer caso, centran sus esfuerzos en convencer a la familia de que la situación del menor, tutelado por la Administración, es la más idónea para él. Algo complejo, sin duda. Y en el segundo, tanto en caso de improcedencia como de cambio de circunstancias, tratan de ayudar a las familias a recuperar a sus hijos. Porque, dejando a un lado las situaciones más dramáticas, que, a veces, podrían servir de guion para una película de terror, así como las polémicas controversias que han surgido en torno a determinados centros de menores, donde mejor se encuentra un niño es con su familia, siempre que, por supuesto, ésta cuente con apoyo externo, social o económico, para su normal desarrollo.
El interés superior del menor es lo que debe primar. Y así lo establece el artículo tres de la Convención sobre los Derechos del Niño, elaborada en el marco de las Naciones Unidas. Todas las medidas concernientes a los niños que tomen las instituciones públicas o privadas de bienestar social o las autoridades administrativas o judiciales deberán estar basadas en la consideración del interés superior de aquéllos.
Y, con esta premisa por bandera, la Fundación Conciencia ha atendido hasta ahora cientos de casos, algunos de los cuales continúan abiertos. De modo que, gracias a las Cava de Llano, a su dedicación y a su altruismo, más de cien niños y niñas tienen hoy una vida mejor.
Por eso he querido dedicarles estas líneas, porque todo reconocimiento es poco. Y porque, en estos tiempos que corren, demasiado individualistas, es necesario hablar de quienes se esfuerzan por construir un mundo mejor.
Ellas, en este caso, son las imprescindibles.
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