Confieso que durante el día de San Valentín, que llaman de los enamorados para satisfacción de numerosos tenderos, pensé mucho en los pezones por culpa o inspiración de mi querida Montse Montsalve. En su columna «Pezones arriba», Montse, con su estilo de forti dulcedo, denuncia que «el sujetador es un instrumento de tortura».
¡Cuánta razón! Debido a mi torpeza lujuriosa he destrozado gran número de sostenes, de precios tan volátiles como lo que contenían, que dificultaban el acceso a los anhelados cántaros de miel cantados por los poetas de todas las épocas. Del corpiño al wonderbrá todo queda encorsetado menos la imaginación.
Ya en la China de la dinastía Ming, el esteta Su Ching escribió un tratado llamado «El camino sublime a la hendidura rosada», donde distinguía entre tres clases de pezón: el Granito de Arroz, la Semilla de Cerezo Fragante y la Luna Creciente que anuncia Tormenta. Por todo el Oriente son muy dados a líricas y zoológicas clasificaciones. El Kamasutra se concentra más en los órganos sexuales y hace distinciones en cuanto al tamaño: la mujer puede ser cierva, yegua o elefanta; el hombre varía entre liebre, toro y caballo. Solo una cosa queda segura entre las ilusiones indias: La mujer es la creación suprema de Maya.
En la isla de los mil dioses, Bali, sus elegantes mujeres iban con el pecho al aire hasta la llegada de las masas turísticas. Las fotografías del viajero Sebastián Covarruvias dan fe de práctica tan agradable. El efecto turístico fue diferente en Pitiusas, donde en poco tiempo se pasó del traje de payesa al toples. Son cosas del péndulo histérico y el cambio del clímax. ¿Matriarcado o patriarcado? Occidente es hoy tan andrógino como sus tacones o sostenes, así que viste como quieras pero sé elegante.
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Libertad para los pezones y libertad para admirarlos sin ataduras feminazis. Es un delito esconder la belleza.