De la pareja edénica formada por Eva y Adán hemos pasado a ocho mil millones de personas. Los avances científicos del homo sapiens han permitido la supervivencia por encima de las teorías de Malthus, aunque se ignora lo que pueda pasar cuando la Maya hindú supere al dragón chino.
Pero la estadística del impresionante crecimiento demográfico planetario en los últimos cien años se queda corta con el crecimiento turístico en Ibiza. Así pues, no sorprende que haya quien abogue (principalmente gerifaltes del FMI, científicos víricos y ecologistas con o sin avión particular) por reducir la población mundial, como que existan cada vez más voces en el popurrí político-social isleño que recomiendan por lo bajini establecer un límite al número de homo ludens que visitan el paraíso pitiuso, al menos en temporada alta.
Ayer publicaron un mapa insular que revela que el 92% de Ibiza corresponde a territorio natural y agrícola por un 8% de suelo urbanizado. Supongo que el resto del mundo podría publicar algo parecido, pues la mayor parte de la población se concentra en las metrópolis (como Santa Eulalia, Vila o San Antonio). Desiertos, junglas y sistemas montañosos no son tan frecuentados. En gran parte del planeta azul se quejan por la falta de agua y en Es Amunts se quejan especialmente por la falta de wifi.
Las salvajadas que se han edificado en parte de la costa pitiusa hacen más escandalosas las restricciones que tiene el payés para añadir una nueva habitación a su casa. El urbanismo armonioso es una asignatura pendiente en nuestros desordenados planes de crecimiento; la negligencia oficial con emisarios y depuradoras es criminal. ¿Control de natalidad, control turístico o control político?
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Control político.