Francina Armengol en una imagen de archivo. | M. À. Cañellas

Aunque la hipocresía es de naturaleza humana sería improcedente reseñar que la política es per se hipócrita. Lo son determinados comportamientos de los que la crónica cotidiana aporta un buen número de muestras.

En la relación entre quienes gobiernan y quienes aspiran a hacerlo se tiene en muy alta consideración la capacidad de alcanzar acuerdos por encima de los intereses personales o de partido. Pero habitualmente las supuestas intenciones se quedan en declaración más o menos rimbombante. Durante el proceso de aprobación de la reforma de la ley turística de Baleares el Govern ha insistido con reiteración en contar con el apoyo del PP. Sin embargo, ha celebrado el hecho de poder destacar su aislamiento, juntándolo con Vox, el argumento central de la cruzada de la izquierda para descalificar a los oponentes. Ante ese texto legal, la izquierda gobernante ha exigido sumisión, sin gesto alguno para sumar a la iniciativa al primer partido de la oposición. El mismo proceder que el de Pedro Sánchez en el Senado a raíz de su primer cara a cara con el líder popular, Núñez Feijóo: después de requerirle a la colaboración con el Gobierno concluye que la oposición del PP solo sabe «estorbar, estorbar y estorbar».

Francina Armengol ha viajado a Argentina, al igual que lo han hecho todos los presidentes que en Baleares han sido. El matiz está en que cuando el mandatario no ha sido de su partido, el viaje era puramente electoralista. Es la misma presidenta que en una entrevista reciente afirmaba que «en política y en la vida es importante explicar todo lo que haces», loable máxima que no se aplica a sí misma cuando es requerida en el Parlament para explicar su relación, si es que la hay, con el llamado ‘caso Puertos', la investigación judicial sobre las concesiones náuticas en distintos clubes de Baleares. Los partidos del Govern han rechazado la solicitud de la oposición de comparecencia de la presidenta. La pretendida transparencia sale perjudicada.

Entre los fingimientos cuentan también las muestras de fraternidad con los saharauis, cuya bandera sigue enarbolando la izquierda en Baleares, con los socialistas en primer término a pesar del radical cambio de rumbo dictado por su jefe de filas, por otra parte acatado sin fisuras. Las consecuencias de la decisión de Sánchez ya se perciben, y se irán incrementando, en forma de pateras de inmigrantes cuyo destino es la puesta en libertad, tras la detención inicial, por falta de instalaciones adecuadas de acogida. Más allá de los efectos económicos de la resolución argelina de romper con el Gobierno español, en nuestras costas, tan cerca de Argelia, el verano sólo está empezando. Marruecos gestionó en provecho propio su emigración y Argelia lleva el mismo camino.

Con la arrogancia que ya es marca de la casa, el portavoz del Govern, Iago Negueruela, ha minusvalorado los efectos de la inflación sobre las economías familiares y la rentabilidad de las empresas hasta el punto de que, al apropiarse del éxito de la magnífica temporada turística en marcha, las cifras macro parecen nublarle el entendimiento. El conseller necesita imperiosamente pisar la calle.    Ya lo dejó escrito el gran Quevedo: «La hipocresía exterior, siendo pecado en lo moral, es grande virtud política». Cuestión de comportamientos.