No se como ni cuando sucedió pero casi el cien por cien de nosotros andamos de los nervios. No se si fue el virus, el no poder salir, el no poder tomar cañas con amigos o las noticias de los medios de comunicación, pero faltan sonrisas y empatía y sobran muchos gritos.
Faltan muchos te quieros y muchas palabras de agradecimiento y sobran demasiados insultos y golpes. Andamos a la gresca con cualquiera y en un abrir y cerrar de ojos montamos un lío con el prójimo, convirtiéndonos en un ser que no somos. Dejamos salir nuestra ira y nos ponemos a insultar y golpear un coche solo porque el conductor no nos ha visto sin pensar si tenía o no el sol de frente.
Todo son quejas, enfados y lamentos sin tener en cuenta que tenemos que dar gracias por estar vivos un día más. Que tenemos la inmensa fortuna de estar en este mal llamado primer mundo con cosas a nuestro alcance con las que ni siquiera sueñan en otros países que no están tan lejos de nosotros.
Que no vivimos en un país donde nuestros médicos tienen que operar con velas y en condiciones insostenibles, en un país cuyo índice de desnutrición entre los niños menores de 5 años no supera el doce por ciento como en Burkina Faso o en un país del que no tenemos que huir jugándonos la vida cruzando un mar Mediterráneo donde cada día fallecen de media cinco personas. Qué afortunadamente nuestras mujeres pueden manifestarse y salir a la calle para reivindicar sus derechos o que el colectivo LGTBIQ+ puede celebrar su condición, aún que seamos conscientes que hay cosas que mejorar. O que no nos discriminan por el mero hecho de haber nacido diferente.
Por todo ello me cuesta entender como seguimos instalados en la queja viviendo en constante tensión con el prójimo. Que conste que no soy un ejemplo. Que yo también sufro esta epidemia… pero cuando veo que la nube negra se acerca me pongo la canción ‘Con una hora menos' de Rosana y me reencuentro conmigo mismo. Porque a mí, como a ella, «me priva la gente que huele a feliz, me gusta la vida, me gusta vivir y quiero vivir este rato sin guerra y sin fandango
2 comentarios
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Sus palabras agridulces con razón, me hacen sonreir prudentemente, con sentimientos encontrados...tal vez el problema resulta de las mismas palabras, que nos ahogan en un mar de esfuerzos mentales estériles. Pienso ahora en África, donde se puede intuir un texto a partir de una percusión y existe un canto/ritmo para cada tarea cotidiana, o en los raga de la India, que interpretan, según la hora y estación, un verdadero vocabulario emocional. Y tal vez en Occidente, la gran torre de Babel del desacuerdo, el desencanto viene de las ideas que se intentan expresar donde el habla anula artificiosamente todo su contenido.Y aunque algunos nos señalen un sentido innato de la moral, que más parece una adaptación para seres gregarios, tal vez se debería buscar el sentido del equilibrio interior y el del humor, tan escasos, que se nos escapan entre ruido y fandango, como usted dice.A menudo el silencio o una melodía nos superan en sabiduría,como los kanji se vuelven obra de arte al meditar.
que buen articulo 👌👍