Uno de los momentos más incómodos por el que pueden pasar las familias será gestionar las malas notas de sus hijos. Tras el suspenso surgen diferentes pensamientos y emociones asociadas al fracaso, proyectándose como temores sobre un futuro incierto. Una reacción muy común en los progenitores es imponer un castigo tras una mala evaluación, pero ¿existe un peor malestar que traer a casa una mala calificación?
Una de las consecuencias que conllevan los suspensos es crear tensión entre padres e hijos, pudiéndose reflejar en discusiones que dificultarán la confianza, la comunicación y nos alejarán relacionalmente de ellos. Es sabido, que cualquier resolución de problemas necesita del análisis conjunto de los hechos y de posiciones de confianza. Distanciarse de los hijos no sería el mejor de los inicios para superar el problema. Por consiguiente, es un momento para estar unidos, demostrar confianza y buscar soluciones conjuntas.
Conocer lo que pasa por la cabeza de los menores nos posibilitará en un mejor rol de ayudador. Desde esta perspectiva es más fácil plantear conjuntamente entre todos los cambios que se han de producir para superar las malas calificaciones. El refuerzo positivo y la confianza que depositemos en ellos serán esenciales para que asuman sus responsabilidades y cimienten las bases para salvar estos tropiezos. Decidir de manera unilateral que el menor deje de hacer una actividad que le gusta, por el hecho de que ha suspendido no nos garantiza que el aprobado aparezca de nuevo. Los chantajes emocionales no suelen funcionar y los grandes premios desproporcionan los hechos, además son recursos descontextualizados con poco éxito (-Sí apruebas todo, te compro una moto!!!).
Si sentimos que los malos resultados académicos son un «fracaso», tendremos que analizar el por qué se han producido. Se tiende a pensar que la responsabilidad de un suspenso recae solo en el menor, que no ha estudiado, que no se ha esforzado lo suficiente, que es vago, etc. Nada más alejado de la realidad, las malas notas suelen ser consecuencia de una ausencia comunicativa entre familia, profesores y alumno. En este caso todos tienen la misma responsabilidad y se tendría que analizar cuál de las tres partes necesita realizar los mayores cambios. Así sería bueno que los profesores detrás de una mala calificación vean reflejado cierto fracaso en su función pedagógica, que los padres y madres no culpabilicen al profesor o a su hijo del suspenso, sino que asuman sus responsabilidades, y que los alumnos acepten el ‘cate' como una llamada de atención para generar cambios. Esta combinación facilitará la superación de la crisis.
Para transformar las malas calificaciones curriculares de nuestros hijos debemos hacernos tres preguntas: ¿Qué cambiará el profesorado? ¿Qué cambiaran el padre y la madre? y ¿Qué cambiará el hijo?, si encontramos respuesta en cada una de las partes nos acercamos a la solución.
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