Es un escándalo. ¡He descubierto que aquí se juega!», protestaba el cínico capitán Renault en Casablanca justo antes que un croupier se le acercara con un fajo de billetes, diciendo: «Sus ganancias, monsieur».
Algo parecido pasa con el escándalo de numerosas obras y comercios ilegales en Marina Ibiza que ha destapado este periódico. Pues, aunque el bochorno sea monumental, ¿realmente alguien se sorprende? El alcalde de Ibiza (sus versos favoritos deben ser «me gusta cuando callas porque estás como ausente»), fiel a su costumbre, ni siquiera se digna a responder. El actual capo de Autoridad Portuaria y expresi del Govern balear se limita a una finta-contoneo a lo danzón de Maracaibo. Incluso el ministro de Fomento gozó hace un par de semanas de la buena mesa en Sa Calma, y, si nunca dio explicaciones sobre las maletas de Delcy, mucho menos pagaría la factura. ¿La oposición? En este caso ni está ni se la espera. Tal es el costumbrismo burrócrata que pretende domar al ciudadano en la nueva democracia donde todos somos iguales pero los hay más iguales que otros.
Da la sensación que las organizaciones mafiosas, perdón, quiero decir los partidos políticos, tienen patente de corso y derecho de pernada. Siguen con la máxima de todo para el pueblo pero sin el pueblo; solo han cambiado los modales, que nada tienen ya de versallescos. Prevaricación, negligencia, corrupción, trato de favor, etcétera. ¡Bah! Antes pasará un camello por el ojo de una aguja que un político asuma su responsabilidad.
A estas alturas democráticas, ¿es usted un querubín de partido y cree todavía en la igualdad de todas y todos? Pues atrévase a hacer algún apaño sin la complicadísima licencia en su casa. A ver qué pasa.
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