Antes también tenían el estupendo Café, donde mandaba Anne, una cocinera sensacional que lograba dar de comer a gourmands y gourmets auténticos, sin cursilería ni venenos fusión. Su raya a la mantequilla, el pato, pot au feu, la sopa de cebolla…atraían a la inclasificable fauna pitiusa de artistas vitales y vagabundos sensoriales. Y si se colaba algún mentecato de esas nuevas hornadas que han invadido la isla con grosería, Anne salía cuchillo en mano y ardiente mirada revolucionaria que podía hacer huir al pirata Morgan y provocaba el aplauso y carcajada del genio Andrés Monreal.
Casi Todo funcionaba también como una especie de galería de arte (algo necesario tras tanto cierre de buenas galerías, que tuvieron su esplendor en los años setenta y luego se fueron a pique por motivos dipsómanos o romances esquizofrénicos). Pintores y escultores veían sus obras expuestas en la subasta tras la venta de algunas casas. Pasaban a husmear y preguntar precios, se llevaban las manos a cabeza con el regateo y las comisiones, y a menudo encargaban a algún amigo pujar bien alto y, si llegaba el caso, salir corriendo.
Echaremos de menos Casi Todo, un oasis de personalidad y trato humano en perfecta simbiosis con la Ibiza auténtica.
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