El faro ha sido residencia de familias. Entre sus techos de seis metros de altura se ha amado, se ha reído, se ha llorado, los niños han jugado. El ultimo farero compuso sinfonías, un operario anterior murió por culpa de un rayo durante un temporal y otro rescató a un piloto alemán de la segunda guerra mundial cuyo avión cayó a dos millas. Por supuesto también, casi todas las noches se ha encendido su linterna para iluminar el camino de miles de embarcaciones. Los centenares de historias reales que han tenido como escenario el Faro de La Mola, dejan ahora paso a otras tantas de ficción que ocuparan el mismo decorado.
Gracias a un convenio entre el Consell Insular y la Autoridad Portuaria de Balears, la institución insular asume la gestión de diversos espacios de la instalación. Su automatización hace dos décadas dejó sin uso los espacios destinados a alojar a fareros y familias. En ellos ahora se ubicará un Centro de Interpretación del Mar, zona de exposiciones, un espacio polivalente para conciertos, conferencias u obras teatrales de pequeño formato. Durante este mes los fines de semana el Faro ha abierto sus puertas para que miles de personas hayan podido admirar la remodelación del arquitecto formenterenc Mar Marí. Les manifiesto mi gran alegría frente a esta actuación que permite poner a disposición de la cultura, el ocio y sobre todo los ciudadanos un espacio mítico e icónico de nuestra isla. Tal y como las gasta la Autoridad Portuaria, durante un tiempo llegamos a temer que allí se acabara ubicando un hotel con spa, o un restaurante de alto standing.
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