Estaba tomando el sol en la piscina comunitaria de mi casa mientras me bebía un buen libro. Era una de esas novelas históricas que me llevan a recorrer mundos, países y gestas ajenas. Él jugaba solo en la piscina. De pronto se acercó hasta ubicarse frente a mí. Al principio no logré ver bien su cara porque el sol me daba de frente. Tenía los ojos muy azules y el pelo muy negro. La piel tizón, propia de quienes pasan el verano sin buscar la sombra. Me preguntó qué libro leía.
Apagué la música, me quité los cascos y le respondí que El Asesinato de Sócrates.
-¿Es bonito? – me espetó.
-No sé si bonito… pero sí apasionante– le repliqué.
-Leer es como viajar, me gusta que digas que es apasionante – afirmó con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿Quién te ha dicho eso? – le cuestioné sorprendida.
-No necesito que nadie me diga las cosas; es lo que yo pienso. No te quiero molestar, porque es de muy mala educación hacerlo cuando alguien está leyendo, pero, ¿puedes regalarme un párrafo?– se me quedó mirando fijamente, y no pude negarme.
Obviamente aquella obra de Marcos Chicot, que le sirvió para ser finalista del Premio Planeta en 2016, no era la más adecuada para un niño, por lo que intenté buscar un pasaje que no le pareciese muy complejo ni tuviese palabras oscuras. Lo encontré y comencé a leerle en voz alta y muy despacio.
- «A los veinte años había escrito algunas obras literarias de las que Platón se sentía orgulloso.
Una mañana se cruzó con Sócrates y éste le lanzó una pregunta, como hacía a veces con cualquiera que se encontrara. Él procuró dar una respuesta ingeniosa y se dispuso a continuar su camino, pero Sócrates le replicó al punto con una nueva pregunta que desconcertó.
El intercambio se prolongó hasta que se hizo de noche, y cuando regresó a su casa cogió todas sus obras, que ahora le parecían triviales y pretenciosas, y las arrojó al fuego».
Mar me miró muy serio con sus ojos de océano y me preguntó que quiénes eran Platón y Sócrates.
Son dos de los hombres más sabios que ha habido sobre la faz de la Tierra. Dos grandes filósofos griegos que hace más de dos mil años sentaron las bases del pensamiento actual - le respondí.
¿Y cuál es ese pensamiento? – volvió a preguntar.
El que nos invita a pensar, a ponernos en todas las situaciones y a buscar la sabiduría desde la bondad, desde la inteligencia y desde la generosidad – intenté resumir de forma simplista.
Gracias… ahora sé que mi padre era un sabio… - bajó los ojos, muy similares a los de Perseo, el protagonista del libro que estaba leyendo, y me volvió a preguntar.
¿Has estado alguna vez en Grecia, la tierra de esos hombres de tu libro?
No, es uno de mis destinos pendientes – lamenté.
Pues debes ir… y si puedes hazlo durmiendo en un barco, mirando las estrellas y entendiendo que lo que parecen piedras es historia viva. Eso me dijo mi padre cuando visitamos esas islas tan distintas y tan parecidas a Ibiza. Ya no te quiero molestar más. ¿Me recomiendas a mí un libro para ser más sabio?
¡Claro! El Principito”, es un cuento para personas maravillosas de todas las edades, cuyo protagonista se parece mucho a ti, Mar. Y otra cosa, te prometo que haré ese viaje fuera de un libro e iré a Grecia.
Gracias. Ahora sigue leyendo, yo debo subir a casa a comer, mi madre me espera – se despidió.
No he vuelto a ver a Mar. Sé que existió porque una vecina me aseguró que mantuvo muchas conversaciones parecidas con él aquel verano en esa misma piscina.
Estos días he releído, recomendado y regalado El Principito, y gracias a él he recordado las palabras de Mar y, aunque leer sea como viajar, sigo teniendo esa visita a Grecia pendiente. Solo me falta el barco.
1 comentario
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Precioso relato. No te pierdas Grecia, aunque no tengas barco. Para mi, junto con mi amada India, es uno de los lugares que hay que visitar y perderse por ahí. No te arrepentirás. Un beso desde otro de los lugares maravillosos del Mediterráneo.