Según la Escritura, los Ángeles son mensajeros de Dios, «poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra» (Sal 103,20), al servicio de su plan de salvación, «enviados para servir a los que deben heredar la salvación» (Heb 1,14). Conocemos por la Biblia numerosos episodios en los que intervienen la santos Ángeles. No son pocos los episodios de la vida de Jesús en los que los Ángeles tienen una función particular y son numerosos los acontecimientos en los que aparecen cumpliendo una misión especial.
La Iglesia se siente protegida y defendida por el ministerio de los Ángeles (cfr. Hech 5,17-20; 12,6-11) y continuamente experimenta su ayuda misteriosa y poderosa. Durante el año litúrgico conmemora la participación de los Ángeles en los acontecimientos de la salvación y celebra su memoria en unas fechas determinadas.
De San Rafael nos cuenta una hermosa intervención suya el libro de Tobías en el Antiguo Testamento. En la vida de Tobías se entrelazan dos historias muy difíciles: la de su padre, Tobit, y la de quien termina siendo su esposa, Sara. Su familia –la que lo trajo al mundo y la que él mismo formó– es, en definitiva, la que sufre y debe atravesar todas las vicisitudes y problemas narrados por el libro que lleva su nombre. Problemas como los que, tantas veces, afrontan las familias de cualquiera de nosotros.
Tobit, un israelita deportado a un país extranjero, es un hombre, bueno, honesto, creyente y leal con Dios, esposo fiel y buen padre, generoso en sus limosnas y en su compromiso con los más excluidos, especialmente con los muertos sin sepultura: ¡ejemplar a todo respecto! En un momento es despojado de sus bienes y es atacado sorpresivamente por la ceguera. Cae en la pobreza. Aun su misma mujer no lo comprende y discute con él. Llega a un punto tal que, agobiado por la angustia, pide la muerte en su oración.
En otro ámbito está Sara, una joven también ejemplar: buena hija, fiel creyente, bella y pura, honesta y servicial. Pero es muy desgraciada: siete veces ha contraído matrimonio y, siempre, un maligno demonio mataba a sus esposos en la noche de la boda. También ella llega a pedir la muerte en su oración. A uno y otro, Dios, por medio de Rafael les ayuda.
Ahí se ve la intervención de Dios, en este caso por medio de Rafael. Vemos ahí dos ideas: la providencia de Dios. Como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica “llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia [la] perfección: Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, Dios busca, pues, actuar, a favor nuestro. Por eso, con el ejemplo de San Rafael podemos decir: ¡Dios nos cuida! Como un padre bueno y todopoderoso a sus hijos, como una madre delicada y tierna a su bebé, cuida Dios de la vida de cada uno y de la historia de todos.
La confianza en Dios y en el cuidado de su divina providencia es, entonces, la primera gran enseñanza de la intervención de San Rafael Arcángel: para nosotros, para nuestras vidas personales y para nuestras familias.
Otra enseñanza que podemos ver en San Rafael es que tras la actuación de la divina providencia, hemos de ser personas que alaban a Dios. La alabanza es la gran actitud que nos recomienda San Rafael ante Dios! Alabar a Dios es reconocer su bondad, su misericordia, venerarle, adorarle. Y eso lleva a la gratitud por los dones recibidos. Si realmente percibimos su amor, si experimentamos que nuestro amor corresponde a su Amor, la alabanza brota pura y transparente, llena el alma y quiere abrazar a todos, en la tierra y en el Cielo. Nos embarga el corazón y explota en júbilo, en gozo profundo y feliz, y en deseo fecundo de comunicar su amor a toda la creación. Por eso la alabanza no termina nunca: empieza en la tierra y dura todo el Cielo.
La celebración de la fiesta de San Rafael que tuvimos ayer, pues es algo que puede ser de ayuda para nuestra vida: aprovechémoslo y que no sea un día más del año, sino un paso nuestro más hacia delante, pero hacia delante hacia donde debemos ir.
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