El sábado fue el día mundial de la salud mental. Por razones que ahora no vienen al caso acudí a un acto en Can Ventosa a favor de DEFORSAM, una asociación de ayuda a las familias afectadas. En el teatro había también un grupo de chavales de Magna Pityusa, madres, padres, monitores y algún voluntario. Poca gente, mucho corazón y ningún político. Al principio no les eché de menos. Me pregunté, eso sí, por qué no había medios y luego me dije que a veces es difícil convocar a la prensa si no hay un ‘mandamás' cortando la cinta. Con redacciones cada vez más pequeñas, hay que elegir muy bien a dónde enviar a los periodistas y el acto de Can Ventosa competía con un partido de tercera división, un campeonato de surf de ola artificial y el closing de un hotel. Claro. Decía que no eché de menos a los políticos hasta que salió a hablar la presidenta de DEFORSAM, una tal María, a la que allí todos conocían perfectamente. Subió al escenario ovacionada como un actor de Hollywood, aunque a ella los nervios se le notaban y se la veía incómoda bajo los focos. María no pudo acabar el discurso que traía escrito. De los dos folios, solo consiguió terminar uno. Leyó hasta que se acordó de los que ya no están y entonces rompió a llorar como una niña. Siguió por ella Jesús Rumbo, un tipo formidable que se había marchado de la boda de su hermano para presentar el acto. Pidió más centros de rehabilitación, más medios para hacer esos centros y terapia, terapia y terapia. Así, tres veces.
OPINIÓN| Nuria Arias
¿Dónde estábamos el sábado?
Eivissa13/10/15 0:00
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