La confluencia esta semana de dos eventos oficialmente internacionales como son el Ibiza Film Festival (IFF), en su tercera edición, y la Music Summit, en su segunda, suponen y deben suponer un cambio cualitativo en la consideración que el mundo de nuestro entorno tiene hacia Eivissa, una isla eminentemente vacacional, pero que puede acoger iniciativas que no sólo no desentonen del lugar en el que se desarrollan sino que le añadan un valor especial.
El primero de ellos, el certamen cinematográfico, viene, efectivamente, marcado por una gran competencia. No hay capital de provincia española que no tenga su propio festival, lo cual no supone que no puedan idearse facetas diferenciadoras que lo acerquen a un imaginario circuito de celebridades (y por ende, de atención mediática) que consoliden la imagen 'Ibiza' con la idea de excelencia de sus visitantes. De hecho, se ha contado con un apoyo impagable de grandísimos nombres de la cinematografía europea, principalmente británica, lo que permite albergar enormes esperanzas si el tino de sus organizadores no se malogra por una u otra razón. De la segunda, la 'cumbre musical', de un carácter eminentemente profesional, puede destacarse el acierto de intentar atraer hasta la isla la faceta de negocio que luego nutre la fama mundial de la isla. El hecho de reunir a las personas que conforman el entramado de producción de la música de baile, principalmente, supone fortalecer el establecimiento de lazos emocionales con la isla, si ésta está a la altura, garantizando la continuidad de esta modalidad de turismo por la que parece que Consell d'Eivissa y Govern apuestan. Son, en todo caso, dos pasos más importantes de lo que a primera vista puede presuponerse, tanto si se consolidan, como merecen, como si abren nuevas puertas económicas al futuro.
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