Las últimas revelaciones sobre el conflicto nuclear iraní son muy preocupantes, desde el simulacro de invasión elaborado por Estados Unidos y Gran Bretaña en 2004 a la noticia de que Irán está preparando kamikazes para atentar contra los dos países occidentales en el caso de sufrir un ataque a sus instalaciones estratégicas. El mismo papa Benedicto XVI hacía ayer un llamamiento para que se encontrara una salida «honrosa» a este enfrentamiento, un mensaje que recuerda a otro de Juan XXIII, cuando se produjo la crisis de los misiles en Cuba y que supone reafirmar la postura de la Iglesia en favor de la paz y del entendimiento.
En cualquier caso, la dinámica impuesta por EEUU y el Reino Unido, dispuestos al uso de la fuerza una vez más, no parece la más adecuada visto lo acontecido hasta el momento en Irak, país en el que la crisis se ha enquistado y en el que la violencia tras la invasión es una constante. La amenaza iraní de ataques terroristas supone la constatación de que cualquier intervención militar en la zona supondría reeditar la violencia iraquí y desestabilizar aún más el difícil equilibrio internacional.
La alternativa de una guerra nunca es un remedio a los conflictos, sino fuente de odios, de muerte y de dolor de personas inocentes. Por eso es preciso que toda la comunidad internacional trabaje para buscar salidas dialogadas. Sólo de este modo es posible conjurar un incremento de la tensión que parece abocar inexorablemente a un enfrentamiento armado. Ciertamente no es algo fácil, y menos aún después de los golpes que ha recibido la Organización de las Naciones Unidas (ONU), prácticamente arrinconada tras la crisis de Irak, pero hay que intentarlo si queremos evitar una nueva tragedia.
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