El espectacular aumento de la población de las Illes Balears
durante los últimos años y la relativa crisis económica padecida a
raíz de la ralentización del negocio turístico han provocado una
consecuencia poco deseable: la renta per cápita del Archipiélago
está descendiendo.
Era de esperar, puesto que la lógica nos indica que aunque el
pastel sea suculento y apetitoso, a mayor número de comensales, más
pequeño es el bocado. Y eso es lo que nos está ocurriendo, que la
riqueza que producimos es algo menor que la de años atrás, cuando
figurábamos como una de las provincias más ricas de Europa y el
número de habitantes prácticamente se ha duplicado desde
entonces.
Pese a ello, no es un dato que nos pueda llevar al pesimismo.
Balears, aunque un poco más despacio, sigue generando riqueza a
buen ritmo y todavía hoy goza de un nivel de convergencia con la
media de la Unión Europea muy ventajosa.
Sin embargo, siempre conviene estar atentos a estos indicadores
y prestar atención a las señales de alerta. El modelo turístico ha
entrado si no en crisis, sí en cierto estancamiento y es necesario
plantear con seriedad, sin prisas, pero sin pausa, una evolución
progresiva que garantice idénticos niveles de bienestar para el
futuro. El otro gran motor de la economía balear -la construcción-
tiene fecha de caducidad. No podemos seguir construyendo más
autopistas, ni urbanizar mucho más suelo.
Casi un millón de personas estamos aquí intentando disfrutar de
una calidad de vida que no debemos permitir que mengüe. Hace falta,
pues, esfuerzo e imaginación para que Balears deje de ser la única
autonomía cuyo índice de convergencia europea no ha crecido. Así ha
ocurrido en el período 2000-2004. Ojalá que la fortuna nos sonría
en el siguiente cuatrienio.
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