La presidencia europea del Reino Unipuede convertirse en la historia de una paradoja, porque los británicos tienen sus propias peculiaridades y no son precisamente europeos al uso. Su sistema monetario sigue siendo el de siempre -reniegan del euro-, conducen por el otro lado, conservan unas magníficas relaciones con Estados Unidos, que jamás tendrán con el continente y, a la hora de diseñar el futuro de la Unión, pues están haciéndolo también a su manera.

Y su manera consiste en consagrar con los mínimos retoques posibles el «cheque» británico y repartir de cualquier forma el dinero disponible, casi sin tener en cuenta que Europa es cada vez más grande y que los nuevos miembros traen debajo del brazo no un pan, precisamente, sino necesidades acuciantes a las que habrá que responder si queremos que el proyecto salga adelante.

Nadie se atrevió a predecir que sería fácil consolidar un mercado tan enorme al tiempo que se coordinaban las políticas y las legislaciones de países tan distintos histórica, económica y socialmente, pero quizá la realidad se está imponiendo para demostrar que si no va a ser imposible, sí será dificilísimo, máxime cuando las locomotoras -Alemania y Francia- se debilitan.

Ahí están, de momento, los rechazos de varios países a la Constitución que sí aceptaron otros. Y ahora está la prueba de definir el presupuesto de la Unión hasta 2013. España no sale tan mal parada, teniendo en cuenta que los nuevos países son realmente mucho más pobres y que seguiremos siendo receptores netos hasta esa fecha. Pero más adelante el paisaje cambiará y nuestro país deberá situarse en primera línea si no quiere perder el tren de Europa.