Solemos relacionar instintivamente la palabra pobreza con escenas vistas mil veces en televisión sobre chabolismo, tercer mundo, enfermedades penosas y malnutrición. Pero olvidamos a menudo que la pobreza se distribuye también como un cáncer en nuestro país y en todos los países ricos del mundo. Es lo que suele llamarse «cuarto mundo», al que cerramos los ojos con obstinada frecuencia. Por eso el Instituto Nacional de Estadística nos ha golpeado esta semana las conciencias recordándonos que uno de cada cinco españoles vive por debajo del umbral de la pobreza (con menos de 400 euros al mes) y muchas de esas personas son mujeres y mayores, lo que las hace todavía más vulnerables.

Como suele ocurrir, el riesgo de caer en la pobreza no es lineal y hay regiones -Extremadura y Andalucía, los grandes retos para todos los gobiernos- donde supera el treinta por ciento de la población, mientras las zonas tradicionalmente más ricas apenas concentran un diez por ciento de pobres -Madrid y País Vasco-. Balears padece un quince por ciento, lo que nos obliga a la reflexión y, desde luego, a una actuación enérgica por parte de las autoridades.

Porque los datos no invitan al optimismo, máxime si tenemos en cuenta que los resultados de este estudio coinciden con los que aparecieron hace diez años, lo que indica que no hemos avanzando nada en toda una década.

Quienes detentan el poder deben analizar con detenimiento este informe y garantizar una política social que permita a quienes se encuentan en riesgo de exclusión salir del agujero e integrarse plenamente en una sociedad rica, moderna y confortable. Especialmente cuando se trata de nuestros mayores, que han aportado tanto a lo largo de tantos años.