El huracán «Wilma» se ha sumado al «Rita» y al «Katrina» en una
inusual temporada que no sólo destaca por el número de estos
fenómenos meteorológicos, sino también y especialmente por su
especial virulencia. Junto a esto se han dado fenómenos extraños
como el huracán que se originó en las islas Madeira y que, ya
extremadamente debilitado, llegó a la Península Ibérica. La primera
reflexión que cabe hacer frente a este tipo de situaciones es la de
que las autoridades competentes deben hacer frente a todo tipo de
medidas preventivas con la finalidad última de evitar cualquier
daño personal a sus poblaciones. El caso de Nueva Orleans es el
paradigma de cómo no se deben hacer las cosas en situaciones de
emergencia.
Pero no debemos olvidar que la naturaleza puede ser
extremadamente violenta y golpear donde y cuando menos lo
esperemos. Es responsabilidad de los gobernantes poner al servicio
de los ciudadanos infraestructuras eficaces y resistentes sea cual
sea la situación geográfica en la que nos hallemos. Es evidente que
un terremoto de la misma intensidad provoca una elevadísima
mortalidad en Pakistán y, por contra, mínima en Japón. Aunque bien
es cierto que para ello es fundamental la colaboración de la
comunidad internacional. Las diferencias de riqueza entre unos
Estados y otros hace ésta imprescindible.
Dicho esto, conviene también que, dado que parece que se está
produciendo un importante cambio climático (aunque no podamos aún
determinar cuál es el nivel de implicación de la acción humana, sí
sabemos que existe una influencia), sería conveniente que, ante
estos preocupantes síntomas, nos tomáramos muy en serio acciones
concretas para la reducción de gases y para encaminar el
crecimiento económico en el marco de un desarrollo sostenible más
respetuoso con el medio ambiente.
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