Después de la sorpresa en Catalunya, donde los nacionalistas de
Convergència i Unió tuvieron que abandonar el Govern tras un cuarto
de siglo al frente de la Generalitat, con las elecciones en el País
Vasco todavía calientes, dentro de un mes escaso le toca el turno a
la otra nacionalidad histórica: Galicia. Gobernada desde hace
décadas por el Partido Popular, que lidera el incombustible Manuel
Fraga, todas las encuestas -con las reservas que hay que ponerles a
priori- advierten de la posibilidad de que el partido hegemónico
pierda la mayoría absoluta y, por ende, el camino hacia un
hipotético cambio de signo político en la Xunta, de forma similar a
lo ocurrido con el tripartito catalán.
Lo cierto es que Galicia suele ser la gran olvidada cuando
hablamos de comunidades autónomas «nacionales», es decir, que
cuentan con una cultura y un idioma propios. Su secular aislamiento
y el carácter de sus gentes, poco dados a lo llamativo o
conflictivo, les ha valido una posición ciertamente al margen de
los movimientos en favor de mayores cotas de autogobierno, que
lideran Euskadi y Catalunya. De ahí las grandes esperanzas de los
socialistas, que ven en la reforma del Estatuto de Autonomía una
oportunidad para dar la mano a los nacionalistas del BNG para
deshacerse de los populares y dar un giro a la política autonómica
gallega. Pero no olvidemos que el PP tiene en Galicia uno de sus
feudos tradicionales, y de allí, precisamente, proceden algunos de
sus líderes más destacados, Mariano Rajoy entre ellos.
No adelantemos, pues, vaticinios, pues queda mucha campaña por
delante. Cuatro semanas intensas en las que todos darán lo mejor de
sí mismos para cautivar a unos votantes que saben que están ante
sus elecciones más reñidas.
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