Podría haber hablado más alto, pero no más claro, el president
de les Illes, Jaume Matas, en Tribuna Barcelona a la que fue
invitado ayer. Orgulloso de la historia de «independencia» del
Archipiélago en tiempos pasados -recordó que el Regne de Mallorca
no dependió nunca ni de Aragón, ni de Catalunya, ni de Valencia-,
satisfecho con el ejemplo de solidaridad interterritorial que dan
las Islas, quiso exigir soluciones drásticas al problema más
acuciante de esta Comunitat Autònoma: la insularidad. Porque el
president del Govern tiene claro que Balears, su futuro, sus
infraestructuras y la calidad de vida de sus habitantes no pueden
seguir estando a expensas del color político del partido que
gobierne en Madrid.
Denunciando el «insulto» que supone la creación de unas
autonomías de primera y otras de segunda, Matas planteó el reto de
otorgar a las Islas el remanente económico que merecen y que
necesitan para diseñar el tipo de sociedad que queremos, cada vez
más monopolizada por el sector turístico.
Planteó para ello la creación de una «reserva de inversiones» a
través de la desgravación de impuestos a las empresas radicadas
aquí, lo que probablemente evitaría la «fuga» de capitales hacia
terrenos más propicios para la inversión.
Es una idea que sin duda provocará polémica -no olvidemos que
las «vacaciones fiscales» del País Vasco acabaron como el rosario
de la aurora por vía judicial-, pero que plantea con seriedad y
valentía un camino para terminar con la secular injusticia
económica que padece este territorio. Ahora, lanzado el órdago, el
Parlament balear tiene que ponerse a trabajar para que la propuesta
llegue a Madrid, que, a la postre, es quien debe abrir la puerta a
una solución al problema balear.
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