Casi dos años después de que Washington ordenara ese novedoso e increíble «ataque preventivo» contra Irak, los atribulados habitantes de ese país están llamados a las urnas en unas elecciones que pretenden instaurar un clima de normalidad democrática en un lugar donde nada es normal.
Si bien los iraquíes deben estar satisfechos porque los americanos -con sus aliados- pusieran fin al régimen dictatorial y brutal de Sadam Husein, el resto de la historia es tan penosa como lo fue su mandato. Las autoridades actuales -colocadas allí por Bush- aseguran que esta cita con las urnas es el cumplimiento de un sueño, pero seguramente lo que sueñan los iraquíes es conseguir una vida tranquila y pacífica, cosa del todo lejana a día de hoy.
En medio de una oleada de violencia extrema, Irak abrirá hoy los colegios electorales en un clima de inseguridad total -a pesar de que 150.000 soldados estadounidenses están allí-, lo que probablemente desanimará a muchos a la hora de acercarse a depositar su papeleta. Por lo demás, la supuesta normalidad democrática está lejos de ser real, por cuanto la situación del país impide la creación y consolidación de diversas opciones políticas.
De cualquier forma, la instauración de un sistema electoral ya es un primer paso, tímido todavía, que podría conducir al país hacia una nueva etapa, siempre que el nuevo Gobierno que salga de las urnas consiga controlar a los grupos terroristas que se han instalado allí y logre favorecer una convivencia pacífica entre las distintas etnias y familias religiosas enfrentadas en Irak. Sólo así será posible la reconstrucción, la normalización y la democratización totales.
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