Dice la tradición -o la superstición, si quieren- que el año
bisiesto trae desgracias. Por fin termina este año que ha sido
bisiesto y que ha venido plagado de desgracias inverosímiles. Ni
siquiera la perspectiva que da el paso del tiempo -breve, todavía-
nos permite afrontar los hechos del 11 de marzo con serenidad, sin
acritud. El golpe ha sido demasiado fuerte, demasiado difícil de
tragar.
Todo lo demás, que ha sido también llamativo e importante, como
el cambio de Gobierno, la boda del heredero de la Corona, el
triunfo electoral de Bush, las torturas en Irak y esta catástrofe
asiática que todavía nos sobrecoge, se ha quedado pequeño,
encogido, frente a la magnitud de la tragedia que provocaron los
terroristas islámicos en Madrid.
Es hora de brindis y deseos, de buenos propósitos y de principio
de etapa. No será fácil para nadie pasar la página y olvidar, dejar
atrás la canallada más indigna y grande que hayamos podido
padecer.
Pese a ello, 2005 llama ya a las puertas. Son doce meses por
delante que traerán sin duda nuevas noticias y asuntos de primer
orden que reclamarán nuestra atención. Ya se han sembrado las
semillas de algunas de ellas. El último Consejo de Ministros del
año ha dado a luz la ley que permite el matrimonio homosexual. En
el País Vasco, el lehendakari ha dado un gran paso adelante con su
propuesta secesionista. Son asuntos que traerán cola. Y mucha. Y
aunque esté feo empezar el año con aire de pesimismo, no se
presentan demasiado claras las perspectivas políticas y sociales de
la España de 2005. Hay muchos frentes abiertos y falta un proyecto
político nítido, con límites establecidos con claridad y firmeza,
que determine hasta dónde se puede llegar en este resbaladiza
terreno de la unidad territorial.
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