Como esta vez se conmemoraba el vigesimosexto aniversario de la
Constitución española de 1978, la celebración no tuvo el brillo y
la presencia del año anterior, cuando se cumplía un cuarto de siglo
desde aquella efeméride. Pese a ello -y a pesar también de la
peculiar «aportación» etarra en diversos puntos de la nación-,
sacar a relucir el asunto constitucional sigue dando mucho juego,
lo mismo en Madrid que en Balears, porque con la llegada al poder
de José Luis Rodríguez Zapatero y su famoso «talante», el melón de
las reformas parece estar a punto de abrirse.
De cualquier forma, la mayor parte de los partidos insisten en
la necesidad de alcanzar un grado de consenso tan elevado para
acometer las referidas reformas constitucionales como el que obtuvo
el texto primigenio en aquellas lejanas fechas. Algo que hoy por
hoy resulta, francamente, muy difícil. Bien es cierto que aquella
España de la Transición era un país acobardado, con miedo a una
vuelta atrás, con unos poderes fácticos bien distintos a los de
ahora. Hoy estamos en un país mucho más libre y ambicioso. Aquellos
años en blanco y negro han quedado definitivamente atrás y nadie
teme un golpe de Estado o una reacción impredecible por parte del
Ejército. Es, por tanto, evidente que el escenario para alcanzar
acuerdos no es el mismo. Hoy, las aspiraciones de Esquerra
Republicana o del PNV -o de uno de sus sectores- chocan de plano
con las del PP y algunas familias socialistas. Lo mismo en Palma
que en Madrid, se habló ayer de prudencia y de paciencia, algo que
en otras latitudes -Barcelona, Vitoria...- se ve de otra manera. Lo
cierto es que para modificar las reglas fundamentales de
convivencia democrática será preciso contar con altas dosis de
diálogo entre todas las fuerzas políticas del Estado. No hacerlo
así sería un error de imprevisibles consecuencias.
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