Los más recientes datos sobre accidentes mortales en las
carreteras españolas han dejado un rastro de dramatismo que nadie
parece querer tomarse en serio. Aquí mismo, en Balears, el tráfico
se ha cobrado un número de vidas intolerable y nada auspicia que en
este recién estrenado año las cosas vayan a cambiar, pues el
comienzo no podía ser menos optimista.
Hay, sin embargo, algo que podemos hacer. Lo ha demostrado
Francia y lo están demostrando otros países, como Italia o
Portugal, que han conseguido no sólo frenar la sangría, sino
invertir la tendencia.
En nuestro país cada año la Dirección General de Tráfico se
devana los sesos diseñando campañas publicitarias -unas veces duras
y otras, tiernas- con la esperanza de llegar al corazón de los
conductores. De poco han servido. Y eso es precisamente lo que
nuestros vecinos galos han pensado. Si llegar al corazón de los
ciudadanos es difícil, no lo es tanto llegar a sus bolsillos.
De forma que la solución es coercitiva, aunque eso exija un
coste económico añadido en forma de agentes de tráfico y de radares
ocultos. Las carreteras francesas se han llenado de «ojos» que
detectan cada una de las infracciones que se producen y las multas,
incrementadas además, llegan ahora raudas al domicilio del
infractor.
Pero no sólo eso, sino que las campañas han incidido en una idea
que no estaría mal explotar: el vehículo es un arma y como tal hay
que utilizarla con respeto. De ahí, que ahora los franceses vean a
quienes usan el coche arriesgadamente como si fueran delincuentes,
porque las consecuencias de sus actos pueden ser tan brutales como
las de aquéllos.
Quizá sea incómodo y caro, pero los resultados valen la
pena.
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