Nadie puede atreverse a decir hoy por hoy que las carreteras de
las Pitiüses están a la altura del año en que vivimos, y ese es un
tema de más honda preocupación entre los ciudadanos de lo que
algunos se atreven a pensar. El mantenimiento del número de
víctimas en accidentes de circulación obedece fundamentalmente a
este estado, algo que apuntalan automáticamente los técnicos
especialistas en este tipo de infraestructuras, que recuerdan que,
por ejemplo, el estado es de peor calidad y que su deterioro es muy
temprano.
Mientras en el resto del Estado se ha hecho un esfuerzo por
acercarse a un nivel medio europeo en cuanto a la calidad de las
vías, en Eivissa y Formentera pocas han sido las reformas de
importancia realizadas en la última década, a pesar de que el resto
de facetas tanto económicas como sociales han experimentado un
grandísimo cambio. Las carreteras son fundamentales para el
desarrollo de un área determinada; así se ha comprobado a lo largo
de la historia. Sin embargo, en nuestro espacio vital adolecen de
defectos como la anchura, la calidad del asfalto, la deficiencia de
los trazados y un mantenimiento claramente insuficiente, problemas
todos estos que hay que resolver con urgencia. No son admisibles,
llegados a este punto, dudas o debates que hasta ahora no han hecho
más que proscribir la mejora de nuestra calidad de vida y de
nuestra seguridad en aras de un conservacionismo ilusionista; lo
necesario es una declaración de intenciones, una discusión realista
y tecnificada y un fuerte impulso inversor que venga acompañado de
una vigilancia extrema y una exigencia de calidad que hasta ahora
no se ha producido. Se están apuntando en estos momentos grandes
proyectos para salir deimpass, como la reforma de la carretera de
Sant Antoni o la alternativa del aeropuerto. Son más que proyectos:
son pruebas de si queremos estar en el siglo XXI o no.
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