La realidad que se vive en Irak sigue siendo una pesadilla: los
ataques armados dejan casi cada día heridos y muertos en las
calles, a las puertas de los hoteles o en edificios públicos. Las
consecuencias de la ocupación por parte de las tropas
norteamericanas y de Gran Bretaña combinan la pesadilla de la
guerra con la alucinación de no tener una justificación
documentada.
La noticia de que, en principio, no han encontrado armas de
destrucción masiva los 1.400 científicos, expertos militares y de
inteligencia que han barrido Irak desde junio es tremendamente
preocupante. Aun así, EE UU insiste en que el informe es preliminar
y que, si no hay armas, sí había procesos para desarrollarlas.
Si se confirma la ausencia de armas químicas, se equivocó en el
diagnóstico y, por lo tanto, falla el argumento con el que se
justificó la invasión. Si al comenzar la ocupación quedaba
medianamente encubierta la equivalencia de guerra-petróleo, ahora
no hay modo de esconderla.
El cinismo de los países que ocuparon Irak ha alcanzado el
límite, no sólo porque los motivos de la invasión no tienen
justificación real, sino porque han convertido Irak en un país cuya
población civil mantiene el peso de la desolación y la muerte.
No contento con el informe preliminar de los inspectores en
Irak, Estados Unidos se lanza a pedir dinero para ayudar a
reconstruir algo que él solo ha destruido. Quiso la guerra contra
la opinión de la ONU y ahora no puede soportar los 160.000 millones
que puede costar la reconstrucción de Irak.
Clama al cielo tanta hipocresía y tanto
poder.
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