Si algo no pueden olvidar los que desde ayer rigen los destinos de los seis ayuntamientos pitiusos es que dentro de cuatro años tendrán que pasar la reválida y que serán los ciudadanos, aquellos a los que precisamente han decidido servir, los que les digan si es necesaria o no su continuidad al frente de las instituciones locales. Parece una perogrullada pero no lo es. Los habitantes de Eivissa y Formentera asumen que viven en un lugar privilegiado dentro del planeta, pero también son muy conscientes de que hay una larga serie de problemas aún pendientes de resolución que los concejales que ayer tomaron posesión de sus cargos tienen la obligación de solventar. Son a veces asuntos de tan pequeña entidad como la iluminación de un tramo de calle, pero a veces tan vitales como la supervivencia de todo un barrio como sa Penya o la mejora del suministro de agua potable. No hay problema suficientemente pequeño como para que no afecte a la vida de alguien, y eso es lo que aquellos que se deciden a entrar en unas listas no pueden permitirse el lujo de olvidar. Cuatro de los seis alcaldes que ayer juraron sus cargos (Xico Tarrés, en Eivissa; Vicent Guasch, en Santa Eulària; José Serra, en Sant Josep, y Antoni Marí, en Sant Joan) prolongan sus mandatos. Son, quizás, los que en contra de lo que se pueda pensar mayor responsabilidad asumen, porque son ellos los que deben conocer ya a la perfección el qué y el cómo de lo que se espera de ellos; los otros dos (José Sala, en Sant Antoni, y Juanma Costa, en Formentera) tienen a su favor una mente fresca, libre de prejuicios, y la ilusión de demostrar aquello de lo que son capaces. En teoría, son los condimentos ideales para provocar el progreso de sus instituciones, y con ello, el de los ciudadanos que confían en ellas. Quedan cuatro años y mucho trabajo por delante. Esos dos son los factores que ahora importan.