Que el conjunto de Balears estaba pidiendo a gritos una
protección para evitar la absoluta urbanización es algo tan
evidente que no admite discusión y si algo hay opinable en este
asunto es la forma, el plazo o el espíritu de esa protección. Se
puede, en efecto, plantear el cómo, el cuánto y el cuándo más
apropiados para acometer la necesaria limitación de la actividad
urbanizadora, pero nunca se podrá discutir el fondo de la cuestión:
salvar lo poco que queda a salvo, especialmente en la costa y en
las zonas rústicas de la Isla, porque el crecimiento infinito en un
territorio limitado es imposible e indeseable.
Ahora el Tribunal Superior de Justicia de Balears ha dado la
razón tanto al Consell d'Eivissa i Formentera como al de Mallorca
en sus moratorias urbanísticas después de que varios promotores
interpusieran recursos ante la suspensión temporal de licencias
decidida, que no se levantará hasta que se aprueben los planes
territoriales, pendientes aún de discusión política.
Así las cosas, los constructores han manifestado su temor a una
crisis en el sector que, a tenor por los más recientes datos del
paro, no se ha producido todavía. Balears es la comunidad donde más
baja el desempleo de todo el Estado, por la influencia justamente
de la construcción, y eso a pesar de la presión de la inmigración,
lo que demuestra que la economía regional no va tan mal como se
auguraba, porque quedaban muchas licencias urbanísticas por
ejecutar y porque es muy probable que las grandes perjudicadas
serán las empresas foráneas, mientras que los empresarios de
Balears podrán continuar con sus negocios en el ámbito de la
rehabilitación de edificios, que constituyen «el futuro».
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