A la tremenda marea negra ecológica y económica que ha asolado
Galicia le está siguiendo una no menos fuerte tormenta política que
amenaza con salpicar a más de uno. Cientos de miles de personas se
han manifestado clamando su indignación por la actuación de los
responsables políticos en esta catástrofe de la que, ahora sí,
todos reconocen su inmensa magnitud.
La comparecencia en televisión del presidente Aznar se hizo
demasiado tarde -y acaba de anunciar su viaje a la zona, un mes
después-, aunque apareció con cierto tono desolado, admitiendo
posibles errores, asumiendo compromisos firmes y ofreciendo a la
opinión pública un espíritu de autocrítica, obligado tras la
desastrosa gestión del problema en los primeros momentos. Ayer
llegaron rumores, posteriormente desmentidos, de que el ministrto
Àlvarez Cascos había presentado su dimisión. Vistos los errores
cometidos, no cabe duda de que algún miembro del Gobierno debe
asumir su responsabilidad y presentar su dimisión antes de que la
crisis política sea mayor. Un mes después del hundimiento del
«Prestige» y el vertido de su siniestra carga al mar, la oposición
ha dado un auténtico baño al Gobierno tomando la iniciativa con más
presteza, diligencia e ideas. Y aunque ahora ya en Moncloa se han
espabilado para no perder esta partida, a la ciudadanía le ha
quedado el sabor de boca de la poca eficacia demostrada.
En lo que sí han coincidido todos ha sido en elogiar y agradecer
la masiva solidaridad de los españoles -y hasta de muchos
extranjeros- en esta desgracia que ha puesto de manifiesto que la
sociedad civil todavía tiene mucho que decir en un mundo que en
ocasiones parece totalmente controlado por las instituciones. A
partir de ahora queda lo peor: limpiar la costa y luchar con uñas y
dientes en Europa para que algo así no vuelva a repetirse.
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