Como es tradicional, el Rey se asomó en Nochebuena a los hogares españoles "la televisión pública vasca no lo retransmitió, como el año pasado, por orden del Gobierno vasco" para pronunciar un breve discurso en el que repasó los asuntos más importantes acaecidos a lo largo del año que termina. Para muchos españoles el sentarse frente al televisor, antes de la cena de Nochebuena, para oír el mensaje real forma ya parte de las costumbres navideñas. Aunque evitó referencias directas, el tema que planeaba en la mente de los espectadores era el delicado momento que sufre la Familia Real tras el infarto cerebral sufrido por el duque de Lugo. Por lo demás, el tono empleado por el Monarca fue prudente y moderado, como es obvio que sea un discurso de la Corona y máxime en estas fechas. No tocó el Rey todos los problemas que preocupan a nuestra sociedad, como el desempleo y la violencia doméstica; y asuntos de calado internacional, como la tensión en Tierra Santa y el caótico momento que vive Argentina, un país tan emparentado con el nuestro, pero recordó lo fundamental: la situación económica "sin caer en presagios excesivamente pesimistas", el terrorismo, el cambio producido en el mundo entero a raíz de los atentados del 11 de septiembre, la inmigración "reclamando cordura e idéntico trato al que recibieron los miles de emigrantes españoles que buscaron refugio y oportunidades de futuro en otros países a lo largo de la historia", la llegada del euro, la próxima presidencia española de la UE y, en definitiva, la defensa de los derechos humanos y el progreso social y la reivindicación de la paz unida a la libertad y la justicia.

Fueron unas palabras muy en la línea de lo que se esperaba. El discurso de Nochebuena no puede ser un análisis político. Debe ser una pincelada a lo sucedido, a modo de síntesis de los hechos más significativos, sin entrar en polémicas. Lo que importa es el mensaje de paz para todos y de solidaridad para con aquellos ciudadanos que no pueden celebrar con alegría estas fiestas.