Las cosas de la macroeconomía son difíciles de entender, pero generan problemas cotidianos a gentes de todo el planeta. Y las consecuencias tienden a ser dramáticas. Ocurre ahora mismo en Argentina, un país lejano pero muy unido a nosotros por vínculos culturales e históricos, que se ve envuelto en una situación insostenible desde el punto de vista político, social y económico. El empecinamiento del presidente Fernando de la Rúa por mantener una paridad peso-dólar del todo ficticia en un país convulsionado no puede conducir sino al estallido social generalizado.

«No habrá estado de sitio», ha dicho el presidente, quizá pensando en la situación vivida hace doce años, muy similar a ésta, cuando los comercios de distintos puntos del país fueron saqueados en una oleada de violencia callejera provocada por la desesperación de la población ante el panorama económico y político. Hoy las cosas son parecidas y el que conocemos como el país más europeo de América Latina empieza a dar una imagen muy distinta: la de cientos de personas empobrecidas "mujeres y niños, sobre todo" asaltando comercios para poder comer o esperando en colas interminables a que las grandes cadenas de alimentación cumplan su promesa de repartir víveres gratuitos. Un tercio de la población "antes orgullosa clase media" ha caído en las redes de la pobreza y se cuentan por millones, por la falta de crecimiento económico de los últimos cuatro años.

Una circunstancia que los argentinos achacan a la política económica del Gobierno, suspendida ahora además por el Fondo Monetario Internacional. El 80 por ciento de los ciudadanos rechaza a De la Rúa y, así las cosas, no es fácil vislumbrar una salida que permita enderezar el camino hacia la normalidad de esta nación.