Es evidente que la dinámica de progreso de la civilización
humana ha puesto en peligro el planeta y su equilibrio. Pero sólo
ahora "cuando la Tierra empieza a protestar por el maltrato
recibido, especialmente en el último cuarto del siglo XX" los
países más poderosos del mundo, que son los más contaminantes
también, se plantean algunas medidas siempre tardías y tímidas para
detener el deterioro medioambiental mundial. Los acuerdos suelen
ser fáciles de alcanzar, porque la mayoría de las veces se quedan
en papel mojado, aunque siempre debemos felicitarnos por el
consenso.
En esta ocasión, en Bonn, en la reunión de ministros de Medio
Ambiente en la que ha participado Jaume Matas, tres de los cuatro
bloques más contaminantes (Japón, Rusia y Unión Europea, porque
Estados Unidos ha quedado al margen) han acordado reducir las
emisiones de gases de efecto invernadero, responsables del
calentamiento del planeta y sus terribles consecuencias, y ayudar
también un poco a los países pobres. Ya es algo. Pero las cifras
son desesperanzadoras: el pacto consiste en recortar las emisiones
en un cinco por ciento de las estadísticas de 1990 de aquí al
2018.
Y además se elimina la posibilidad de multas o sanciones a los
países que no cumplan el acuerdo, lo que también reduce
sensiblemente las posibilidades de éxito del mismo. Pero aun así
cualquier acuerdo es bueno, por cuanto puede contribuir a una
esperanzadora, aunque por el momento insuficiente, reducción de las
emisiones de gases. Ciertamente el progreso no tiene vuelta atrás,
pero la Humanidad debe habituarse a plantear sus avances
tecnológicos futuros teniendo siempre muy presente que debe
guardarse el necesario equilibrio para garantizar el correcto
funcionamiento de la naturaleza propia de la Tierra.
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