Aunque parezca extraño, la campaña electoral en Euskadi comenzó ayer noche. Lo cierto es que llevamos ya semanas de una precampaña durísima en la que se ha evidenciado, una vez más, la brecha existente entre los partidos nacionalistas vascos y los no nacionalistas, con un último capítulo en el que se ha implicado a la Junta Electoral Central a causa de la concesión de espacios publicitarios gratuitos a la coalición PNV-EA, negada en primera instancia por la Junta Electoral del País Vasco. El principal problema de fondo sigue siendo el del terrorismo y éste, evidentemente, ha condicionado y condicionará los discursos de las diferentes formaciones políticas. Partido Popular y PSOE seguirán atacando al PNV por haber suscrito el Pacto de Lizarra y por formar Gobierno gracias a los votos de EH, un partido que jamás ha condenado los atentados terroristas. El PNV, sin duda alguna, seguirá reclamando, además de una acción policial, un nuevo marco político y mayores cotas de autogobierno para Euskadi como única forma de poner fin al baño de sangre de la banda ETA. Y unos y otros continuarán pidiendo la unidad de acción contra los violentos. Evidentemente, una campaña electoral es un mal escenario para conseguir esa posición de unidad, por cuanto todos y cada uno de los partidos quieren marcar sus posiciones y distancias con el resto de competidores. Pero, dadas las excepcionales circunstacias que vive Euskadi, debería ser posible, cuando menos, un acuerdo de mínimos para no romper en dos a la sociedad vasca. La carrera hacia el Gobierno vasco ha comenzado y es una incógnita lo que nos deparará el día después, pero sería enormemente positivo que las posiciones, por lo que se refiere a la vital cuestión del terrorismo, se acercaran y no se utilizara éste como un arma electoral más.