El creciente fenómeno de la inmigración hacia nuestras Islas ha
creado una situación nueva en nuestra sociedad, que nunca antes se
había producido. A nadie se le escapa que era preciso regular las
cosas y ya se ha hecho, aunque muchos dudan de la idoneidad de la
ley de extranjería que ha promovido el Gobierno del Partido
Popular. Por eso el Govern balear emprende dos iniciativas: una
"secundada ahora por el Partido Socialista a nivel nacional",
llevar la legislación hasta el Tribunal Constitucional por entender
que vulnera algunos de los derechos fundamentales de los
inmigrantes; y otra, encargar un estudio para conocer mejor la
realidad de esas personas que hoy son conciudadanos nuestros.
Sobre la primera decisión caben toda clase de argumentos. Para
algunos, la ley está bien como está si consigue regularizar la
estancia de los extranjeros y limitar la acción de las mafias que
trafican con seres humanos. Para otros, la ley trata a los
inmigrantes como a mulas de carga, a quienes se utiliza para hacer
los trabajos duros y mal pagados y se les niegan derechos tan
básicos como el de reunión, huelga o sindicación.
Sobre lo otro, todo el mundo debe estar de acuerdo. Es una
iniciativa loable, entre otras cosas, para que la opinión pública y
también los políticos y autoridades comiencen a valorar los
perfiles de los inmigrantes. Sabemos que dos de cada tres son aún
ilegales, pero el estudio nos dice muchas más cosas, sobre todo que
son seres humanos, como nosotros, que buscan una prosperidad que
sus países les niegan y que sueñan con asentarse en nuestro país
con sus familias, trabajar y labrarse un futuro. O sea, que son en
todo exactamente iguales que los españoles, aunque muchos se
empeñen en ver sólo que sus tonos de piel van del blanco al negro,
pasando por toda clase de matices.
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