El reclutamiento de soldados profesionales para cumplir con los
objetivos previstos por el Gobierno a la hora de formar el nuevo
Ejército español está resultando más difícil de lo imaginado. Se ve
que las condiciones que se ofrecen no son todo lo atractivas que
podía esperarse, puesto que el Ministerio de Defensa no consigue
llenar el cupo establecido. Así las cosas, el Gobierno se ha visto
obligado a rebajar las condiciones de entrada en el Ejército que
inicialmente se impusieron y ahora baraja también la posibilidad de
adoptar el modelo norteamericano, u holandés, donde las Fuerzas
Armadas dan cabida a extranjeros.
La idea puede parecer lógica y hasta saludable, si tenemos en
cuenta que este país es hoy una realidad plural y su Ejército debe
serlo igualmente. Pero esta imagen igualitaria, justa e idílica no
se corresponde con la verdadera, como suele ocurrir.
Porque ocurre que un Gobierno como el del Partido Popular ha
sacado adelante una ley de extranjería que niega a los inmigrantes
algunos de los derechos básicos de todo ciudadano, como es el de
reunión y sindicación. Y ese mismo texto convierte en una misión
casi imposible obtener la ciudadanía española a cualquier
extranjero que se instale entre nosotros.
Por eso resulta cuanto menos sorprendente utilizar a esos mismos
extranjeros para realizar las tareas que en el Ejército español no
quieren llevar a cabo los españoles. Si nos hacen falta, si son
necesarios para el país, perfecto, que se les garanticen sus
derechos y también cumplan sus obligaciones con el país de acogida.
Lo que no podemos hacer es utilizarles sólo para aquello que nos
conviene y al mismo tiempo desentendernos de sus derechos. Si el PP
quiere un Ejército moderno y plural, tendrá que admitir ciertos
cambios en la ley que tanto ha promocionado.
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