El Govern acaba de pedir a los ayuntamientos más seriedad y
responsabilidad a la hora de controlar las licencias de obras que
se conceden con cierta alegría. El problema no reside en las
licencias que se deniegan, sino en las que se conceden y después
sirven para justificar obras que en nada se ajustan a lo que se
solicitó. De todos es sabido que los ayuntamientos se demoran meses
en conceder las licencias de obras, lo que provoca que muchas obras
comiencen sin licencia, y éstas, además, constituyen una especie de
impuesto que se recauda y se olvida. Y no debería ser así. Los
resultados de esa dejadez institucional ya los hemos visto, en el
derrumbe del hostal Tívoli y del edificio Barceló, en Eivissa,
donde varias familias vecinas han tenido que ser desalojadas.
En el caso palmesano, el arquitecto se ha desmarcado del
desastre alegando, con razón, que el proyecto que él diseñó estaba
destinado a otra parte del edificio que aún sigue en pie y que sí
tenía la correspondiente licencia. Alguien decidió, con un absoluto
desprecio a las normas de seguridad, hacer obras en la parte del
edificio que no contaba con licencia y el resultado ya lo
conocemos.
Ha tenido que ocurrir esta tremenda desgracia para que las
autoridades tomen cartas en el asunto. La pelota está ahora en el
tejado de los ayuntamientos, que han venido actuando con
indiferencia ante un asunto que no se consideraba problemático.
La mayoría de los ciudadanos ni siquiera solicita licencias para
sus obras menores, pues entiende que se trata sólo de pagar el
correspondiente recibo a las corporaciones municipales. Y muchas
obras de importancia solicitan una licencia que no se corresponde
con lo proyectado, ya que cuanto mayor sea la obra más elevado será
el coste. Los ayuntamientos deben reaccionar con firmeza y
controlar, de cerca, cómo se hacen las obras para las que dieron
permiso.
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