Parece que la banda terrorista ETA estaba cansada de fallos
"quizá debido a la juventud o inexperiencia de sus nuevas
adquisiciones", necesitaba dar un golpe de efecto para
contrarrestar el daño causado por la detención de su «comando
Barcelona» y decidió elegir un «blanco fácil» como revancha. Así
que un cocinero, un hombre sin vinculaciones políticas, afiliado al
sindicato Comisiones Obreras, ha sido la víctima elegida. Y esta
vez, según los expertos de la policía, la bomba-lapa adosada a su
vehículo estaba muy bien hecha, con tres kilos de explosivos para
asegurarse de que Ramón Díaz García no saliera vivo de allí.
Así están las cosas. La última víctima del terror era un hombre
natural de Salamanca, que a los once años se afincó en San
Sebastián. Plenamente integrado en la sociedad donostiarra, estaba
casado con una vasca, era un gran aficionado al deporte de la
pelota "tan de la tierra" y sus dos hijos tenían nombres
euskaldunes. Su único «delito», pues, era ser cocinero de la
Comandancia Militar de Marina de Loyola y constituir un objetivo
fácil por sus horarios fijos y su falta de miedo.
Ahora habrá que saber qué harán los políticos, últimos
responsables de que la situación siga siendo la misma. El pacto
antiterrorista firmado por PP, PSOE y varias organizaciones se ha
quedado frío después de lo acontecido ayer y los nacionalistas, por
su parte, hace tiempo que han dejado de dar señales de vida en el
juego político contra el terror.
De ello se aprovecha una banda de asesinos que, lo queramos o no
"como se ha visto recientemente en Barcelona" tiene muchachos
dispuestos a matar a cambio de unos «ideales» tan absurdos como
confusos. Y mientras los políticos afirman con rotundidad que ETA
«nunca conseguirá nada», se equivocan, pues lo que consigue es
matar y sembrar el país de miedo y de dolor.
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