Cuando está a punto de iniciarse el debate sobre el Plan
Hidrológico Nacional que ha presentado el Gobierno es preciso que
se produzca una seria reflexión sobre la vital importancia del
mismo dadas las peculiares características y los numerosos
problemas que tiene el Estado por lo que se refiere al agua. Y es
cierto que hasta el momento, ningún Ejecutivo había afrontado el
problema, unos por la carencia de mayoría absoluta en el Parlamento
y otros, tal vez, por la falta de un enfoque claro de las
soluciones que había que dar a las carencias que registra el país.
Incluso Aznar no quiso darlo a conocer antes de las elecciones
generales debido a la polémica que iba a suscitar.
Aunque será el próximo martes cuando el ministro de Medio
Ambiente, Jaume Matas, dé a conocer el Plan Hidrológico Nacional,
las reacciones a favor y en contra de los posibles trasvases que
éste contempla no se han hecho esperar, ya que las posiciones de
las diferentes comunidades autónomas son encontradas debido a sus
diversas situaciones e intereses.
Y, evidentemente, las decisiones que se tomen al respecto no
podrán contentar y atender a todas las aspiraciones de las partes
implicadas, pero las medidas deben adoptarse para poner orden y,
sobre todo, para paliar graves carencias y poder afrontar con
garantías los largos períodos de sequía por los que atraviesa el
país.
En este sentido es enormemente positivo que el Gobierno afronte
como una auténtica prioridad el Plan, pero también es verdad que
debe hacerlo no desde su mayoría absoluta, sino desde el diálogo y
contando con las opiniones de todos los afectados. No es, sin lugar
a dudas, una tarea fácil, aunque sí necesaria con vistas a un
futuro sin los problemas hidrológicos actuales.
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