Hoy se abre el telón del XXXV Congreso del Partido Socialista Obrero Español, un partido que de obrero ya no tiene casi nada y de socialista muy poco. Un partido centenario que ha sufrido desde su creación "amparado por aquellas utopías sociales que tanto lucen ahora plasmadas en bonitos discursos" toda clase de situaciones, desde la clandestinidad al poder casi absoluto de los trece años de felipismo, pasando hoy por uno de sus períodos más oscuros, sumido como está en una guerra de guerrillas interna de la que deberá salir como sea si quiere volver a tener voz y voto en una España que ahora mismo mira hacia otro lado.

Las izquierdas todas están en crisis, seguramente arrastradas por una nueva generación de votantes que nada saben del hambre, de la guerra, de la posguerra y de las dificultades que ha padecido este país a lo largo de toda su historia. Los jóvenes viven al día, creen ciegamente en don Dinero, en don Éxito y en don Capitalismo, siguiendo a pies juntillas el modelo de vida americano. Atrás quedan las viejas ideologías "socialismo, comunismo, anarquismo" que hoy se ven como dinosaurios condenados a una extinción segura por inservibles.

Nada más lejos de la realidad, que no es otra que una sociedad profundamente desigual, en la que "como en el modelo yanqui" el que triunfa lo tiene todo y el que se queda en el camino todo lo pierde. Gravísimos problemas rondan nuestra ilusión de sociedad del bienestar y durante todas estas semanas de precongreso nada hemos oído de las propuestas de los candidatos a dirigir el partido socialista para resolver esos temas pendientes. Al contrario, todo han sido discusiones de procedimiento, ataques personales y peleas de familia. Mal empezamos.