Los precios en nuestro país parecen haberse vuelto locos, a pesar de los esfuerzos del Gobierno de José María Aznar por alcanzar el estatus de la inflación del resto de Europa. Cuando en un principio la previsión oficial era de incrementar en un dos por ciento los precios en todo el año, ya estamos a mitad de ese período en el 1'8 por ciento (y en el 3'4 si contamos los últimos doce meses), una cifra espantosa, si la comparamos con el escueto 1'3 por ciento de que gozan los europeos como media.

Como cualquiera puede adivinar, uno de los culpables de esta subida general de los precios ha sido el combustible, que generalmente arrastra consigo a sectores como el transporte, que tiene mucho que decir en las estadísticas de los precios. La imparable subida de las gasolinas, que ha alcanzado en lo que va de año casi un doce por ciento, nos afecta a todos, aunque no tengamos coche. Y qué decir, en Balears, del alocado incremento de los precios de la vivienda, tanto en propiedad como en alquiler.

Todos sabemos que, por mucho que las estadísticas oficiales traten de maquillar la situación real, lo cierto es que en los últimos meses con el mismo salario conseguimos adquirir menos bienes. Y eso duele, y duele más cuando hablamos de pensionistas y asalariados, que apenas pueden adecuar sus ingresos a sus gastos corrientes.

Desde el Gobierno se responde con el estribillo de siempre, aludiendo a la necesidad de moderar los salarios, aunque se cree que a final de año los precios crecerán más despacio. Y desde Europa se ve con preocupación el incremento, aunque a la vez se alaban las medidas liberalizadoras de Aznar. O sea, lo de siempre, los obreros y los pensionistas, a sufrir las consecuencias de un asunto que nadie parece poder controlar.