Se estaba haciendo algo terrible al mantener a hijo y padre separados», dijo el abogado del padre de Elián una vez pasado el susto del rescate. Tenía toda la razón. Pero eso "la estúpida cerrazón de los parientes del niño en Miami y su descarada utilización política" no justifica el que ocho agentes de policía con armas de asalto entraran a saco en la casa donde ha vivido el pequeño desde noviembre para arráncarselo de los brazos a sus familiares. Aunque la Ley y el sentido común digan que el niño debe permanecer junto a su padre, una nación tan poderosa como Estados Unidos debe tener mil métodos más asequibles y pacíficos que ése para conseguir a un chaval de seis años. Las fotos del brevísimo asalto "sólo duró tres minutos" dan fe de la violencia con que actúa el Gobierno de Washington cuando se trata de defender sus intereses y está claro que la feroz actitud de los cubanos en el exilio se estaba convirtiendo ya en un problema de Estado. Pero Clinton tiene los días políticos contados y ha decidido imponer la Ley por las bravas sin importarle demasiado las consecuencias de imagen, mientras su posible sucesor, el actual vicepresidente Al Gore, se ha apresurado a criticar la medida, porque él se juega el futuro en actuaciones como ésta. Así son las cosas. Y a nadie, en realidad, parece haberle importado el destino, el equilibrio y los sentimientos de un niño de seis años que ha perdido a su madre en un naufragio y que se ha convertido en el centro de la noticia a raíz de un terrible drama personal que, seguramente, nunca logrará superar. Lo mismo sus parientes de Miami que los cubanos que permanecen en la isla y han hecho absurdas reivindicaciones públicas para que retornara a su casa han pasado por encima de sus derechos y de su alma para convertirlo en mero objeto, en consigna y en carne de intercambio político. Una vergüenza.