En Italia están acostumbrados a los rápidos e inesperados cambios de Gobierno, a las mociones de censura, de confianza y a las elecciones anticipadas. Incluso a los procesos judiciales que afectan muy directamente a la clase política. Tanto que desde el fin de la II Guerra Mundial Italia ha tenido nada menos que 57 gobiernos diferentes. Pero también es verdad que ya llevaban cierto tiempo con la tranquilidad precisa para un período de estabilidad que prometía ser duradero. Por eso sorprende la última epopeya política vivida en aquel país. El centro-izquierda gobernaba con mayoría suficiente en el Parlamento desde hacía dieciocho meses y nada parecía ensombrecer el mandato del ex comunista Massimo D'Alema, que lideraba una alianza de nueve partidos. Sin embargo, el domingo pasado las elecciones regionales dieron la mayoría de los votos a la derecha, que abandera el magnate de la comunicación Silvio Berlusconi "también inmerso en varios procesos judiciales" con la alianza con los neofascistas.

D'Alema presentó su renuncia irrevocable y ahora la coalición de izquierdas ofrece a Giuliano Amato como candidato viable para que logre asentar este gobierno durante los once meses que faltan hasta la convocatoria de elecciones generales. La derecha, con el triunfalismo que le permite el éxito electoral del domingo, pide insistentemente el adelanto de los comicios confiando en una victoria segura. Pero los italianos son muy peculiares a la hora de diseñar el modelo político que desean y no sería extraño que en unas elecciones generales el resultado fuera bien distinto del de las regionales.

Pese a ello, no lo tiene fácil Amato, a quien todos reconocen sus capacidades económicas "hasta ahora era ministro del Tesoro" y su fina inteligencia, aunque también se sabe que es un político sin carisma, de imagen desgarbada y poco popular.